EL TRABAJO INTERIOR. TECNICAS DE MEDITACIÓN


Antonio Blay

EL TRABAJO INTERIOR

Técnicas de meditación

Primera edición: Noviembre, 1993



ÍNDICE

Prefacio

1. Teoría
Necesidad de trabajo interior
La mente, instrumento esencial
Modalidades de trabajo interior
Dificultades en el trabajo
Trabajo interior y vida cotidiana
La ayuda de lo Superior en el trabajo interior
Los efectos del trabajo interior

2. Práctica
Esquema del trabajo
Primera fase: la preparación
Segunda fase: el trabajo
El final
Mantener el estado interior


PREFACIO

Durante los años en que impartió su enseñanza, Antonio Blay dictó gran variedad de cursos sobre temas de psicología trascendente; del material elaborado en estos cursos se extrajeron los textos que sirvieron de base para la mayoría de sus libros. Pero dedicó también muchas horas a sesiones de trabajo con grupos reducidos (de las cuales no ha quedado memoria escrita o grabada), así como algunas sesiones en forma de mini-cursillo en que abordaba el planteamiento del trabajo de forma un tanto condensada o sintetizada; si bien esta actividad era algo esporádica.
De entre el material no publicado de Blay hemos elegido uno de estos cursos sintetizados, al que el mismo Blay tituló El trabajo interior, el cual ha servido de tema central al presente volumen. Creemos que esta pequeña obra puede desempeñar, para el estudiante, la función de un Manual práctico de gran utilidad para un trabajo sistemático de uso diario.
El libro se ha completado con una segunda parte que consta de cinco conferencias (también inéditas) que profundizan en la temática, completándola, de la enseñanza del trabajo interior.
La puesta a punto de este material ha sido realizada con el mismo respeto que siempre nos ha merecido la figura y el mensaje de Antonio Blay.
LOS EDITORES


1. TEORÍA


Necesidad del trabajo interior 

¿Cuál es la razón de ser del trabajo interior? ¿y cuál su utilidad? A grandes rasgos, la necesidad del trabajo interior puede resumirse en tres apartados.

Para equilibrar nuestra vida
En nuestra sociedad actual, vivimos desbordados por una multiplicidad de impresiones, de exigencias, de urgencias, que nos obligan a estar constantemente dependiendo del exterior, que nos obligan a estar continuamente atendiendo asuntos, problemas, gestiones, y que nos inducen a estar siempre en movimiento, en acción. Y así, si observamos nuestra vida, veremos que nos pasamos prácticamente todas las horas -desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir-, pendientes del mundo exterior.

Y eso no significa solamente pensar en el mundo exterior, sino que significa estar preocupados por el mundo exterior, estar «asomados» al exterior, pero con tensión, pues lo exterior representa para nosotros problemas que resolver, deseos que satisfacer, peligros de los que tenemos que defendernos, en definitiva significa lucha y lucha es sinónimo de tensión.

Por lo tanto, dado el estilo de vida al que conducen las condiciones de la sociedad actual, estar pendientes del exterior significa estar en tensión, porque nos pasamos todo el día cultivando nuestro desarrollo hacia fuera, desarrollando nuestra mente, desarrollando nuestros sentidos, nuestras facultades operativas, motoras, dinámicas. Pero esto nos impide estar atentos, prestar atención, ser conscientes de nosotros mismos, darnos cuenta de que somos los protagonistas, de que somos los agentes, los «sujetos» de esta acción; y nuestro mundo interior, con sus contenidos y sus exigencias, va quedando relegado por esta prioridad que hemos aprendido a dar al mundo exterior. Así no es de extrañar que se produzcan en nosotros esos estados de fatiga, de angustia, y toda esa gran variedad de trastornos y distonías neurovegetativas que son del dominio de la medicina psicosomática.

Nuestra vida fisiológica se resiente de este estado de tensión, se padece insomnio, hipertensión, se padece del estómago, estreñimiento, se padecen muchos trastornos frente a los cuales el médico se ve impotente para actuar, pues nos dice que no tenemos nada, que nuestro organismo está bien, que los órganos están sanos, nos dice que simplemente se trata de un trastorno funcional. Y aunque esto parece que alivia mucho al médico porque nos puede ofrecer un diagnóstico, nosotros nos quedamos con la misma alteración, con el mismo trastorno que antes. Para consolarnos nos da algunas pastillas, algunos sedantes, pero sabemos que estas medicinas aunque nos calmen los síntomas (a cambio de una pequeña intoxicación del sistema nervioso), no nos resolverán en absoluto el problema, el cual volverá a presentarse una y otra vez.
Esta tensión hace que nuestra vida afectiva no pueda desarrollarse y no pueda adquirir una hondura, una amplitud, un equilibrio. Así vemos que todo el mundo anda con el ánimo crispado, con una susceptibilidad a flor de piel y que por cualquier motivo surgen disputas o problemas. Donde eso es más evidente es donde conviven las personas; en la familia, en los lugares de trabajo, se ofrece un muestrario constante de problemas debidos a esta poca fortaleza, a esta poca capacidad de encaje en el terreno afectivo. Nuestra mente se resiente también de este trastorno, pues nuestro organismo y nuestro psiquismo no están hechos para funcionar 16 ó 18 horas diarias en estado de tensión y pendientes del exterior, pues luego esta tensión se traduce en dificultad de concentración, en una disminución de la memoria -a veces en verdaderos lapsus mentales-, en una disminución de nuestra capacidad de asimilación de diferentes materias, etcétera. A veces, a la hora de solucionar problemas estamos tan tensos, tan complicados, tan «espesos», que nos es imposible encontrar las soluciones adecuadas. Se trata de un círculo vicioso en el que los problemas de funcionamiento nos plantean nuevos problemas además de los inevitables que ya nos plantea la propia vida de contacto con lo exterior. El resultado es que el ser humano vive agobiado, angustiado, pero esto parece que se considera ya como una condición normal de la persona de nuestra época.

Cuando uno se da cuenta de que esto no va, de que esto no es deseable ni correcto, sea porque ha empezado a sentir síntomas alarmantes, o simplemente porque se da cuenta de que vive un ritmo antinatural, entonces busca una solución, y la solución verdadera no consiste en medicinas paliativas, sino que consiste en recuperar lo que es el verdadero ritmo natural de nosotros mismos, de nuestra naturaleza, de nuestras funciones. Y para recuperar el ritmo, para restablecer este equilibrio, no hay más remedio que la persona aprenda a descubrirse a sí misma, aprenda a encontrarse a ella misma, aprenda a descubrir cómo funciona, qué es lo que necesita interiormente, y aprenda a encontrar esas fuerzas interiores que tiene de reserva y que habitualmente no aprovecha, esas zonas de tranquilidad, de silencio, las cuales son la base de nuevas energías, de nuevas evidencias y de un nuevo entusiasmo para vivir.

Se dice que el hombre de hoy en día está alienado, con lo cual se quiere decir que está fuera de sí, que está enajenado. En efecto, el hombre está fuera de su eje, no vive centrado sino que vive crispado hacia el exterior, y si quiere recuperar su equilibrio tiene que aprender a abrirse interiormente, a vivir su mundo interior al mismo tiempo que vive el mundo exterior, y sólo así evitará esa crispación, esa basculación constante hacia esta parte puramente exterior de su vida. Entonces el trabajo interior se convierte en un remedio eficaz, absoluto, definitivo, para sanar esos trastornos funcionales, esas distonías neurovegetativas y en general todas las enfermedades que son consecuencia de un modo anormal, no centrado, que son consecuencia de un modo defectuoso de estar en el mundo.

Para mejorar nuestra personalidad

Éste es otro objetivo del trabajo interior. Hay personas que aunque puedan tener esos problemas, no se dan cuenta de ellos, quizá porque esos problemas no alcanzan en ellos una urgencia, una gravedad. Por otra parte, sienten con más fuerza la necesidad de desarrollar unas nuevas capacidades, porque la vida exterior lo exige, y se dan cuenta de que si pudieran dar un rendimiento superior tendrían unas posibilidades (profesionales, sociales) mayores que las que tienen actualmente. También se da cuenta la persona de que si quiere ser más capaz es de su interior que debe adquirir esta capacidad, es desde dentro que se ha de desarrollar. Entonces esta cultura interior de las facultades, esta cultura que no depende de los libros, que no se adquiere como los conocimientos técnicos sino que requiere una gimnasia interior, ese desarrollo interior, ha de hacerse mediante unas prácticas determinadas que le permitan ejercitar de una manera sistemática y directa sus facultades interiores.

Algunas de las cualidades que se pueden desarrollar mediante el trabajo interior son las siguientes:
- tener una mayor serenidad para afrontar las situaciones;
- tener una mayor fuerza personal, una mayor capacidad de impacto;
- tener una mayor capacidad de concentración y de asimilación;
- poder asumir mayores responsabilidades (al aumentar su capacidad de rendimiento intelectual).

Porque es un camino para llegar a descubrir la propia verdad interior

Eso es especialmente importante para las personas que no se satisfacen viviendo sólo las exigencias inmediatas, los objetivos que la vida les propone en distintos momentos, sino que sienten la necesidad de comprender el porqué de la vida y el porqué de las demás vidas, que sienten una necesidad de conocimiento, de verdad, una necesidad de conocerse más a sí mismos, una necesidad de ser más uno mismo. Y que sienten la necesidad de descubrir y acercarse no sólo a la realidad íntima de sí mismo, sino también a la Realidad Suprema, a esto que intuimos y que le damos el nombre de Dios o de Absoluto.

El trabajo interior se convierte, pues, en un medio para llegar a descubrir por vía experimental esa naturaleza espiritual, esa realidad interior, y vivirla, convertirla en experiencia viva, logrando que la espiritualidad, la realización espiritual, no sea sólo una creencia, una cosa puramente teórica, sino que sea una realidad viva, algo vivido experimentalmente.

La Mente, instrumento esencial

Para hacer esto que llamamos trabajo interior ¿de qué disponemos? ¿cuáles son los instrumentos? El instrumento esencial del trabajo interior es la Mente. Pero con la mente se nos plantea enseguida un problema curioso; porque la mente es un instrumento de trabajo, pero al mismo tiempo es el principal obstáculo para el trabajo. Veamos por qué.

Nuestra mente se ha acostumbrado a funcionar de un modo muy tenso, muy acelerado, crispado y superficial, porque -como hemos dicho- necesita estar constantemente atendiendo necesidades y exigencias del exterior, y como en estas necesidades y exigencias van involucradas cosas de valor para la persona -incluso de mucho valor-, la persona no sólo pone interés e inteligencia en la solución de sus problemas, sino que también pone miedo, ansia, y, a veces, desesperación. Esto hace que la mente ya no funcione en su capacidad puramente intelectual sino que quede envuelta por estos mecanismos afectivos que la traban. Del mismo modo que si pusiéramos unos objetos dentro de los engranajes de una maquinaria la trabarían, también todos los miedos, las impaciencias, las angustias, son verdaderos obstáculos que impiden el normal funcionamiento de nuestra maquinaria mental.

Esto sucede porque nuestra mente se ha acostumbrado a funcionar así, se ha acostumbrado a buscar continuamente, a pasar de un objeto a otro con rapidez, sin ahondar, sin sopesar las cosas con profundidad, con serenidad, y está corriendo siempre al galope, de tal manera que cuando queremos imponerle el silencio no lo conseguimos; la mente va por su propio camino y adquiere autonomía, y muchas veces nos cuesta trabajo seguirla. Por eso, la mente, que es el medio de conocimiento, el medio de toma de conciencia, como habitualmente funciona con un ritmo acelerado, superficial y distorsionado, se convierte en un obstáculo cuando queremos manejarla para ahondar en nosotros, para contactar con lo que pueda existir de positivo en nuestro interior. Y cuando la persona quiere ahondar se encuentra con que no puede; cuando quiere concentrarse se encuentra con que la mente «se le va», se le escapa. La persona no es capaz de contactar con su propio interior porque nunca se ha interesado por ello, no se ha educado en esta dirección.

Otra causa que convierte la mente en obstáculo lo constituye el que nos hemos acostumbrado a buscar soluciones a todos los problemas a través del pensamiento. Como los problemas del mundo exterior los manejamos por medio de esa capacidad de simbolización que es nuestro pensamiento y nuestro lenguaje, cuando sentimos un problema interior y queremos ahondar en él no sabemos adoptar más que esta misma herramienta y el mismo procedimiento que utilizamos para lo exterior: el simbolismo del pensamiento y el lenguaje.

Pero nuestra realidad interior no podemos descubrirla mediante el pensamiento. Nuestra realidad interior necesita de otras capacidades mentales que no son el pensamiento. Necesita de nuestra lucidez, de nuestro intelecto, pero no de nuestra capacidad de razonar, la cual es una de las capacidades elementales de nuestra mente. Pero como en la vida diaria no utilizamos más que esta capacidad, queremos utilizar esta misma capacidad para resolver problemas interiores y para ahondar en nosotros mismos. De esta manera la mente se convierte en problema, en un nuevo obstáculo, cuando tratamos de descubrir de un modo más directo qué es nuestra esencia, nuestra realidad, nuestras fuerzas vivas. Pero a pesar de esto, la mente es el medio, la mente es camino.

La Atención. El «mirar»

Pero la mente se convierte en medio cuando descubrimos que hay una capacidad -de las muchas que tiene nuestra mente-, que es la que permite adentrarnos, ahondar, descubrir cosas nuevas, y esa capacidad nueva -y a la vez antigua-, esa capacidad especial que es la que se necesita para este trabajo de descubrimiento interior, es la atención sostenida.

Hay una gran diferencia entre estar simplemente atentos a algo y el razonar sobre algo. Al razonar nos estamos pronunciando sobre ese algo, estamos formando símbolos, estamos juzgando, valorando, seleccionando. Pero cuando yo miro algo, cuando aprendo a dirigir mi atención de una manera fija, sostenida, sobre algo, estoy simplemente mirando y es manteniendo esta actitud de mirar cuando se puede llegar a ver, del mismo modo que sólo manteniendo la actitud de escuchar se puede llegar a oír. Y al decir escuchar quiero decir escuchar de veras y en consecuencia, oír de veras; porque lo que ahora hacemos no es escuchar de veras, pues mientras estamos escuchando también estamos pensando, estamos comparando, razonando o criticando lo que escuchamos, y esto nos impide desarrollar nuestra capacidad de oír del todo. Como estamos tan acostumbrados a escuchar de este modo ni siquiera nos ha pasado por la mente la idea de que realmente existe la capacidad de escuchar del todo. Uno cree que ya está atento, que ya se está enterando de todo, pero luego, cuando la persona tiene que repetir o dar cuenta de lo que ha escuchado, se evidencia que la persona sólo ha cogido unos pequeños fragmentos de lo que se ha dicho -y aun esos fragmentos los interpreta mediante una óptica totalmente subjetiva-, que no ha tenido la capacidad de escuchar realmente lo que el otro decía, cómo lo decía y desde la perspectiva en que lo decía.

En el sentido de la atención sostenida ocurre lo mismo que en el escuchar. Hemos de aprender a mirar sin razonar, a fijar nuestra atención, muy clara, muy despierta, muy lúcida, en un acto simple de mirar aunque a primera vista esto nos parezca muy tonto, pues, como se dice en forma de chiste, los mochuelos se «fijan» mucho. A pesar de que parezca una cosa tonta, es preciso practicar para llegar a descubrir que ahí está la clave más importante para entrar en el reino interior, en este mundo oculto, en este mundo de posibilidades inmensas que hay en nuestra mente y en nuestro corazón.

Repito: se trata de la capacidad de mirar con una atención sostenida, sin razonar. Después ya razonaremos si conviene, ya que no se trata de abdicar de nuestro juicio crítico, sino simplemente que cuando se trata de mirar, en la medida en que tratamos de razonar estamos disminuyendo nuestra capacidad de mirar. Cuando «miramos» manteniendo esta actitud de atención sostenida, se produce un fenómeno extraordinario: entonces la mente adquiere la capacidad de entrar dentro de la cosa que mira, adquiere la capacidad de penetrar; y ahí está una de las principales diferencias entre mirar y pensar. Con el pensar nosotros solamente representamos las cosas por medio de ideas, no entramos dentro de nada, nos limitamos a tomar fotografías y hacer combinaciones con esas fotografías, con los datos, con las ideas. En cambio, a través del mirar aprendemos a hacer el contacto del «foco» de nuestra mente con otros focos que existen en nosotros, sea al nivel del sentimiento, sea al nivel de la intuición, de la sensación, de lo que sea; y cuando mantenemos esa atención sostenida, entonces se produce una penetración de nuestro foco mental dentro de este otro sector, del sentimiento o de la sensación, entramos en él, y al penetrar se produce el descubrimiento de unas fuerzas que transforman; transforman la mente, transforman la capacidad de vivir.

Ésta es la clave fundamental de todas las prácticas de vida interior. Y en ella tenemos la explicación del porqué hay tantas personas que con toda la buena voluntad del mundo, después de trabajar muchos años con diferentes prácticas -unas de tipo mental y otras de tipo devocional-, no consiguen un cambio fundamental en su interior, no se produce una transformación en ellas, no hay un descubrimiento de algo revolucionario, sino que simplemente la persona va envejeciendo en esa misma actitud de ir practicando algo, con muy buena fe pero sin esa eficacia transformante, porque no ha descubierto la práctica de la atención sostenida.

Si queremos que nuestra vida interior sea realmente vida, tenemos que aprender a ahondar en lo que está vivo: en nuestra mente es la atención, en nuestro campo emocional es el sentimiento y en nuestro cuerpo es la sensación y todas las funciones fisiológicas. Y sólo viviendo este foco vivo de la mente que es la atención, junto con el foco viviente del sentimiento se produce el descubrimiento de lo que es realmente el sentimiento. Y se trata no sólo de un nuevo conocimiento sino de una transformación, una fusión, porque de la misma manera que la mente entra dentro del sentimiento, el sentimiento entonces entra también dentro de la mente. Y se descubre lo que hay detrás del sentimiento, lo que es en sí el sentimiento, en lugar de entenderlo (como hacemos ahora) según sus efectos o manifestaciones externas.

Actualmente conocemos nuestra vida por sus resultados, por sus productos, no la conocemos intrínsecamente, no la conocemos por lo que es en sí misma. Por eso podemos decir que no estamos viviendo nuestra vida sino que la estamos sufriendo, la estamos padeciendo; somos pacientes de la vida porque no estamos metidos conscientemente dentro de nuestro propio vivir. Descubrimos que sentimos tal cosa, descubrimos que nos encontramos de un modo determinado, que nos suceden unas cosas, pero en este transcurrir de nuestra vida no nos vivimos como sujetos, no nos vivimos «dentro» de eso que vivimos. Y si yo no estoy realmente dentro de lo que vivo, estoy fuera, y por eso me «encuentro» con eso que vivo, me «tropiezo» con ello. Si yo estuviera dentro sería el sujeto de ese vivir; entonces habría una posibilidad real de manejar este vivir de un modo mucho más eficaz.


Modalidades de trabajo interior

Existen muchas formas de trabajo interior. Aquí nos limitaremos a cinco de ellas, las que consideramos de efectividad más comprobada y con cuya práctica se consiguen resultados realmente importantes. En primer lugar describiremos brevemente las técnicas propiamente dichas para que cada uno pueda elegir la que esté en mayor afinidad con su manera de ser. Sin embargo, al final sugeriremos un modelo organizado de secuencia de trabajo. Las técnicas son las siguientes:
- oración, japam, autosugestión, concentración y meditación.

Oración

Ésta es la primera modalidad de trabajo. Esta técnica se dirige especialmente a las personas que tienen ya una inquietud de tipo religioso. Naturalmente, el trabajo interior puede tener otras aplicaciones fuera del terreno religioso o espiritual, pero al enumerar las técnicas no podemos descartar a la oración.
La oración es una verdadera técnica transformante,
- cuando se aprende a hacer de una manera total, sincera, incondicional, espontánea, sin un reglamento estricto;
- cuando la oración es una apertura, aquí y ahora, de todo yo a esa realidad que intuyo alrededor y dentro de mí, que es Dios;
- cuando yo me abro, y me abro sin cálculos, sin censuras, cuando exploto expresándome todo yo hacia Dios.

La oración, por lo tanto, es lo más alejado de la recitación de unas frases, de unas fórmulas. Las frases y las fórmulas pueden ser excelentes, pero aquí me estoy refiriendo a lo que es la oración como técnica fundamental. Es esa oración a la que uno va sin ningún tipo de preparación, sin ninguna idea previa, sino simplemente valorando el hecho de situarse ante esa realidad que es Dios, y aprendo a comunicarme, a abrirme, aprendo constantemente a ser más sincero, más espontáneo, más total, y a decir todo lo que a mí me preocupa, todo lo que en mí está viviendo, sea lo que sea, sin obligarme a utilizar una actitud formalista o de persona que quiere ser muy buena. Dios lo que quiere es mi verdad, lo que yo soy de veras, por lo tanto yo he de expresarme ante El tal como soy, ni más ni menos, y si mi preocupación actual es un problema familiar o un problema económico, en mi oración ha de expresarse el problema familiar o el económico, porque ésta es mi verdad y no otra.

La oración exige una sinceridad total e incondicional y requiere el esfuerzo de descubrir en cada momento lo que es realmente vivo, lo que es real en mí. Nos hemos acostumbrado a adoptar una actitud predeterminada ante Dios, una actitud de persona humilde que está pidiendo algo, una actitud de «pobre»; hemos de descartar esta mentalidad, pues ante Dios no hemos de representar ningún papel. Quizá en la vida he aprendido a hacer muchos papeles: en mi casa hago un papel, en el trabajo hago otro, con mis amigos otro. Pero ante Dios eso no sirve. ¿Cómo soy yo cuando me quedo sin papeles, cuando me quedo sin personajes que representar? ¿cómo soy yo, desnudo, auténticamente desnudo por dentro? ¿yo en mí mismo? Y tratar de expresar eso que yo siento cuando trato de ser yo mismo, yo mismo ante la vida, yo mismo ante mis problemas, ante mis miedos, ante mis ambiciones, mis deseos, ante lo más elevado, ante lo más bajo, y expresar esto. Entonces esta oración es transformante. Cuando todo yo me vuelco hacia Dios, cuando todo yo vacío todo mi interior y lo comunico intencionalmente, deliberadamente, a Dios, cuando yo me vacío de todos estos contenidos, expresándolos, cuando yo me vacío de mi yo personal, entonces es cuando queda sitio para que Dios me llene de Él, entonces es cuando puedo sentir una vida nueva que me penetra, que me transforma y me dirige. Ésta es la auténtica oración, y toda oración que no se haga así no es verdaderamente oración.

Japam

Otra práctica, que en su origen también está relacionada con la oración es la que en Oriente se conoce con el nombre de «japam». Es una técnica -conocida también en Occidente- que consiste en la repetición de una fórmula, de una frase que encierra la verdad más grande para uno, la verdad que uno quiere llegar a realizar, a vivir del todo.

Un ejemplo típico de japam occidental es el que han practicado los hesicastas -una escuela de espiritualidad de la época bizantina, que ha proliferado en Rusia, en Oriente Medio y que hoy todavía subsiste en Grecia-; es lo que se llama «la oración de Jesús». Esta oración consiste en la constante repetición de la fórmula: «Señor Jesucristo ten piedad de mí». Dentro de la tradición cristiana ortodoxa y en sus textos clásicos -que han sido escritos por personas que han tenido la experiencia real de lo que explican-, se indica que hay que repetir esta frase constantemente, incesantemente, y que en ciertos momentos conviene incluso aislarse y poner la atención en el pecho, en el corazón y tratar de que la oración se viva allí, «resuene» allí, hasta que la mente aprenda a centrarse en esta zona; con ello se producen unos efectos de transformación extraordinarios. Esto sólo lo cito como ejemplo de la técnica; para las personas interesadas por el aspecto religioso, existen obras que hablan en detalle del tema desde este punto de vista cristiano.

Pero lo que quiero destacar es la técnica en sí misma.
Si aprendemos a repetir una fórmula, una frase, constantemente, esto produce una transformación lenta pero segura de todo nuestro psiquismo y de toda nuestra mente. La frase debe estar de acuerdo con lo que es la aspiración de uno, con lo que representa el máximo exponente de la propia verdad. Por ejemplo, para muchas personas de mentalidad religiosa podrá ser una fórmula excelente: «Dios es amor»; o simplemente: «Dios me ama». Y solamente repetir eso, deteniéndose de vez en cuando para ahondar el significado, y reanudando luego la repetición.

Esta repetición constante, que nos puede parecer quizá un poco pesada, similar a la técnica «del loro», tiene su explicación. Nuestra mente está funcionando por automatismo, por inercia; nosotros tenemos unos hábitos mentales que son los que están dirigiendo de hecho nuestra vida habitual. Y cuando nosotros queremos ahondar nos encontramos con la barrera de estos hábitos mentales; el hábito de estar pensando en tal problema, o en tal otro. De estos hábitos existen varios niveles de profundidad en nuestra mente, porque en toda nuestra vida hemos estado edificando nuevos hábitos, unos encima de otros. Así, nos encontramos ante una verdadera fortaleza, ante unas auténticas barricadas, y a la hora del intento de penetrar en nuestro interior se presentan como obstáculos insalvables. Pero cuando yo empiezo a repetir la frase escogida, esto va logrando que la inercia mental, esta tendencia que tiene la mente a dar vueltas y a repetir siempre lo mismo -como ocurre ahora con nuestros hábitos-, vaya afirmando el hábito de acuerdo a la nueva idea, o sea que se va mecanizando de acuerdo con esta nueva fórmula; y, naturalmente, como esta nueva fórmula está de acuerdo con mi aspiración, con lo que yo necesito realizar, resulta que al cabo de un tiempo es precisamente mi automatismo mental el que está a favor de mi realización, dejando de ser obstáculo y convirtiéndose en una importante ayuda.

Más adelante veremos que el medio para llegar a ahondar consiste en que yo llegue a un perfecto estado de concentración, a esta focalización de la mente en un punto, centrada y sostenida en ese punto. Por lo tanto, practicando la repetición explicada, se está polarizando mi mente, con sus automatismos inconscientes y también con mi actitud consciente, hacia el mismo punto; así se prepara el terreno para poder hacer cada vez una mayor y mejor concentración sobre la idea que yo quiero realizar. Vemos, pues, como esta técnica que parece mecánica -y por lo tanto inferior-, es una técnica que responde a unos mecanismos seguros; la experiencia, además, no tarda en demostrar que eso funciona realmente así.

Por otra parte, esta práctica no nos ha de impedir vivir nuestra vida. Ahora nosotros vivimos de manera que funcionan los viejos automatismos de siempre. La parte externa de nuestra mente es la que actúa y la parte intermedia sigue su circuito habitual, su rutina, sus preocupaciones, sus deseos y sus miedos. Pues bien, cuando yo voy practicando, se van substituyendo poco a poco estos miedos, estos deseos, estas ambiciones, pero mi capacidad de acción externa sigue estando disponible (igual que ahora) para que yo siga trabajando y desenvolviéndome en la vida exterior.

Autosugestión

Ésta es otra forma de trabajo, aunque técnicamente pueda verse como derivada del «japam». La autosugestión es la capacidad que nosotros utilizamos de poder introducir unas ideas clave, unas ideas positivas para que nos condicionen desde nuestro mecanismo inconsciente. Nosotros no actuamos -en un gran tanto por ciento de nuestra conducta- con nuestra mente consciente; nosotros estamos actuando de acuerdo con nuestros condicionamientos inconscientes. Cada uno de ustedes ha venido, ha entrado y se ha sentado, y ahora sigue sentado y está escuchando; pues bien, aunque es su mente consciente la que está escuchando, todo esto que han hecho de entrar, sentarse, los cambios de postura que van haciendo de vez en cuando, todo eso es su mente inconsciente la que lo dirige; incluso los hábitos de pensamiento con los cuales están tratando de considerar lo que yo digo, son también automáticos e inconscientes. Nuestra vida se ha edificado sobre unos mecanismos inconscientes, sobre unos automatismos que hemos ido adquiriendo. Estamos condicionados por esto y la prueba la tenemos en que muchas veces nosotros conscientemente queremos hacer algo y surge un miedo de dentro y no nos lo deja hacer. Impulsos, sensaciones, estados, tensiones, surgen de nuestro interior y nos incapacitan para hacer algo. Esto indica que nuestra mente consciente está constantemente encontrándose con otro dinamismo interior, el cual, frecuentemente, es el que suele vencer.

La autosugestión, pues, no es nada más que el medio de introducir deliberadamente las ideas que yo elijo para que desde el inconsciente me condicione en el sentido preferido, neutralizando así estos condicionamientos negativos que ahora tengo. Si yo introduzco la idea de que yo soy cordialidad, o de que yo soy inteligencia, o de que yo soy energía, si introduzco esta idea (la elegida) mediante su repetición, evocando a la vez sentimientos, sensaciones, vivencias profundas, esta idea irá calando dentro y llegará a neutralizar las ideas que hay allí, de que soy poca cosa, de que no tengo fuerza, de que no podré hacer tal cosa o de que no merezco tal otra. Así podremos neutralizar todos los condicionamientos acumulados de todas las experiencias negativas de nuestra vida. De esta manera la autosugestión se convierte en un instrumento excelente para poder conducir nuestra propia vida manejando los condicionamientos de nuestro inconsciente. Ésta es una idea mucho más profunda sobre la autosugestión de la que tienen habitualmente muchas personas que no se han tomado el trabajo de ahondar en los mecanismos y en la razón de ser de esta técnica.

Concentración

Entramos aquí más en lo vivo del tema. ¿Qué significa «concentración»? Significa aplicar la atención, la mirada mental, a algo; y mantenerla ahí. La atención es el acto que yo hago en un instante dado para mirar algo mentalmente; la concentración es el mismo acto de mirar algo pero manteniéndolo. Cuando la atención es sostenida, eso es concentración.
Las variedades de la técnica de la concentración se refieren a la posibilidad de concentrarnos sobre diferentes cosas, todas ellas positivas, conduciendo cada una de ellas a unos resultados determinados. Los distintos objetos de concentración que propongo son los siguientes:

a) sobre la postura corporal
b) sobre un chakra
c) sobre una cualidad propia
d) sobre una cualidad divina
e) en la investigación del yo
f) en el silencio

a) Sobre la postura corporal

Se trata de que yo aprenda a darme cuenta de que todo yo estoy sentado. Esto parece que todo el mundo ya lo sabe, parece que todo el mundo ya lo ve, parece que no hay nada que descubrir. Pues resulta que sí. Si uno se toma la molestia de hacerlo un día y otro día, entonces descubre la diferencia que hay entre un instante de atención y lo que es concentración. En un acto de atención yo puedo darme cuenta de que ahora estoy sentado, no pensarlo sino sentirme sentado, darme cuenta porque siento las sensaciones de mi cuerpo, porque el esquema corporal que tengo en mi mente me está dando un mensaje de las sensaciones que se manifiestan; por lo tanto, me estoy sintiendo sentado. Bien. Pero si yo me mantengo simplemente en este gesto de seguir mirando que yo estoy sentado, de seguir sintiéndome sentado, y a la vez puedo eliminar las distracciones (o a medida que las vaya eliminando), descubriré que yo sigo sintiéndome sentado, pero que me doy cuenta de una manera nueva de que estoy sentado, y que lo que varía es mi modo de darme cuenta, que mi mente empieza a sentir un modo nuevo de sentirme a mí mismo sentado, empieza a adquirir una conciencia de globalidad, una conciencia de unidad, de bloque, una conciencia «masiva»; y esa conciencia masiva de unidad, a medida que se va practicando se va ahondando, y es que en realidad no es que yo me dé más cuenta de que estoy sentado sino que es que soy más yo quién me estoy dando cuenta de que estoy sentado, es la conciencia del sujeto, del yo, la que aumenta respecto al hecho de estar sentado, es mi capacidad de conciencia la que aumenta, y la capacidad de conciencia es la capacidad de ser yo mismo. Por lo tanto, es mi presencia ante el hecho de estar sentado, es la presencia de mí que crece, que se modifica, que se ensancha, que se ahonda.

Es por eso que este simple hecho de estar sentado es suficiente para producir una transformación, literalmente, como suena. No les hablo de nada utópico, pues en algunos tipos de prácticas (en el Za-zen, por ejemplo) es conocido el hecho de que la práctica de la inmovilidad estando sentado, dándose cuenta de que uno está sentado, produce no sólo la modificación subjetiva citada, sino que además, por extensión, provoca unos cambios importantes: disminuye la tensión que uno tiene durante la vida diaria, y, por lo tanto, desaparecen todos los síntomas que eran efecto de esta tensión, síntomas fisiológicos, síntomas emotivos y síntomas mentales; también la persona va adquiriendo una maduración, una serenidad, un estado mucho más centrado y estable. Y aunque no resulta fácil, es la forma de trabajo más sencilla, pues no se requiere ninguna técnica extraordinaria, ningún malabarismo, simplemente estar sentado con comodidad.

También puedo centrarme en la respiración. Y ésta es una de las prácticas más difundidas entre los grupos o individuos que trabajan interiormente, que cultivan su personalidad interior. Es, por así decirlo, una ampliación del ejercicio anterior. La persona se sienta en una postura cómoda, aunque teniendo en cuenta que la cabeza y el tronco estén en una posición vertical (pero sin rigidez). Se trata de que la persona se relaje, se tranquilice sin perder esta postura, y entonces que deje que sea el vientre el que respire con libertad, o sea, dejando que la respiración abdominal funcione libremente, y mientras la respiración va funcionando la persona aprenda simplemente a mirar la sensación que le viene de este movimiento respiratorio, y nada más que eso. Sin influir, sin dirigir, sin interferir, sin ampliar o acortar la secuencia respiratoria; sólo observar, sin intervenir para nada en el automatismo de la respiración abdominal, la cual ha de producirse de la manera más natural y libre posible. En la formulación de esta práctica hay quienes presentan pequeñas diferencias. Unos indican que se vayan contando los movimientos; uno a la inspiración, dos a la espiración, tres a la siguiente inspiración, cuatro a la espiración... y así hasta diez y luego volver a empezar. Otros hacen contar mentalmente cuando se produce la inspiración, otros lo hacen durante la espiración, etcétera. En realidad, esto es secundario, sólo lo menciono para que se sepa que hay diferentes modos de trabajar este mismo ejercicio.

El hecho de observar la respiración resulta un poco más divertido que el simple mirar que uno está sentado. En este ejercicio por lo menos hay algo en movimiento, por lo que a la mente (al tener un objeto móvil en que fijarse) le puede resultar algo más fácil.

b) Sobre un chakra

Otra forma de concentración se practica sobre unas zonas determinadas o «centros», que en Oriente se llaman chakras. Los chakras son unos puntos focales de energía sutil que es donde residen los focos principales de conciencia. Hay focos a lo largo de toda la columna vertebral, pero los chakras más importantes para la meditación, los que se aconsejan más frecuentemente, son los que se encuentran en el pecho, el cual responde a la meditación afectiva -que como hemos visto se practica también en Occidente-, en la frente, que es donde uno suele pensar y reflexionar, y luego en la parte superoposterior de la cabeza, donde residen o funcionan otros tipos de energía-conciencia. La del pecho será una conciencia de amor, la de la frente, de conocimiento o sabiduría, y la última será la conciencia de la realidad absoluta de Dios -o de Parabrahman, como dirían en la India-.

El hecho es que uno puede concentrarse en uno de estos puntos y esta práctica produce unos resultados definidos. Porque estos centros de conciencia no son algo que se haya inventado la imaginación oriental sino que es algo que ha sido comprobado y que existe en otras tradiciones; en la tradición hesicasta ya mencionada están enumerados con detalle precisamente estos centros de conciencia, y el tipo de resultados que se producen mediante la concentración en ellos. Lo interesante de todo eso es que todas las etapas están previstas, todos los caminos han sido transitados, son experiencias que ya están pasadas y repasadas por los Maestros antes de haberlas descrito y enseñado a otros, por lo que se sabe que cuando una persona se centra en una zona determinada qué sentirá, qué ocurrirá luego, qué vendrá después, qué peligros pueden presentarse, etcétera. Es exactamente como su tuviésemos el plano detallado de una región y sabemos dónde hay una altura, dónde hay un camino o dónde hay una pendiente.

c) Sobre una cualidad propia

También puede uno centrarse sobre la cualidad determinada que desea, a la cual aspira. Por ejemplo, uno puede estar muy interesado en adquirir la serenidad en toda situación; pues bien, uno puede aprender a centrarse, a concentrarse, a poner toda la atención en ver qué es esa cualidad: la serenidad. Se trata de que la persona trate de sentirse serena, o trate de recordar alguna ocasión en que haya tenido o sentido algo de esa serenidad; y entonces ver cómo se encontraba, cómo estaba, en qué consistía la experiencia de esta serenidad, y que trate de «mirar» simplemente esto, y nada más, manteniendo la atención sostenida en esta vivencia, en esta evocación de la cualidad; no sólo en la idea de la serenidad, sino sobre la sensación experimentada cuando uno estaba viviendo la serenidad.
También puede cultivarse la cordialidad, por ejemplo, la actitud de ser más cordial. Para el que tiene problemas de contacto humano, el cultivo de esta cualidad puede ser muy importante. Pues bien, se trata de que uno evoque la vivencia de la cordialidad y observar cómo se siente cuando se expresa de este modo, tratando de vivir este sentimiento afectuoso y alegre de la cordialidad, de reproducirlo y «mirarlo», y nada más. Naturalmente, el estado interior se irá; entonces uno tiene que volver a evocarlo, a recuperarlo, y volver a mirarlo y nada más; éste es el ejercicio.
También puede uno aprender a centrarse sobre el aspecto energía, o poder, o fuerza interior, y el mecanismo es exactamente igual; ¿qué he sentido yo cuando me he vivido con auténtica fuerza interior? Pues bien, esta sensación que yo tenía de mí cuando me sentía con fuerza interior, evocarla, revivirla y observarla, profundizando en esta sensación de energía.
Como puede verse, este esquema de trabajo es muy simple, pero a la hora de hacerlo la cosa ya no es tan fácil como parece; porque surgen todas esas interferencias de las que hemos hablado y se evidencia una total falta de adiestramiento en el manejo de nuestras facultades internas.

d) Sobre una cualidad divina

También podemos centrarnos en una cualidad divina -todo depende siempre de lo que uno busque a través del trabajo interior-. Puede ser un ejemplo de cualidad divina la sabiduría. Entonces hemos de preguntarnos ¿qué quiere decir sabiduría divina? Pero en esto uno no debe referirse a lo que ha leído en los libros o a lo que le han dicho, no; sino que ha de centrarse en lo que comprende directamente, en lo que intuye por sí mismo. Sabiduría significa «saber», pero en este caso significa saber todo del todo, significa conocer totalmente la cosa. Veámoslo: Dios es Sabiduría porque Dios es el que está haciendo que la cosa sea, es la base de todas las cosas; por lo tanto, sabiduría es ese estar en todo, ese conocerlo todo del todo. Como trabajo, conviene tratar de ahondar en qué quiere decir saber todo del todo. Esto, al principio, parece que ya se comprende, porque nos contentamos con la idea, con las palabras. Pero cuando se despierta la intuición de lo que hay detrás de la idea cuando decimos «todo», vemos que es algo, que es una cosa (no una idea); entonces ya no nos quedamos con el nombre sino que captamos la noción de totalidad. Y cuando yo aprendo a mirar, no la palabra todo sino la noción de totalidad, entonces voy descubriendo más y más qué quiere decir totalidad y lo descubro de una manera totalmente nueva, diferente de la noción intelectual que ahora tengo, o sea que se produce un conocimiento mucho más profundo, incluso de los conceptos, conocimiento que se adquiere mediante la penetración activa de la atención en el mismo concepto.

Puedo centrarme, por ejemplo, en lo que significa «Dios es amor». Centrarme en lo que entiendo por Dios, en lo que quiero decir al decir Dios, sin grandes razonamientos, simplemente con la intuición directa que yo tengo de esto. No se trata de apoyarse en tratados de teología, no; lo que aquí vale es mi noción natural directa, inmediata, porque ésta es la auténticamente mía y ésta es la que me conducirá a la fuente de donde procede esta intuición.

e) En la investigación del yo

Otra forma de trabajo consiste en concentrarse en la pregunta «¿qué soy yo?». Yo que soy quien vivo todas mis experiencias, yo que soy el protagonista de toda mi vida, ese yo que lucha, que sufre, que es el que se alegra, que es el que está siempre presente en toda circunstancia, en definitiva, que es el eje de todo mi proceso existencial y que, no obstante, no sé nada de él. Ese yo ¿qué es? ¿qué quiero decir cuando digo yo? Porque «yo» es un nombre o un pronombre, pero ¿qué hay detrás de ese nombre o pronombre? ¿cuál es la cosa nombrada? ¿cuál es la realidad que se oculta detrás de la palabra yo? No vale señalarse uno mismo y decir «¡pues yo!», ya que eso es igual que quedarnos con la pregunta, no es ninguna respuesta. Yo he de ser algo, y he de ser algo tan importante que sea mucho más importante que todas las demás cosas, porque en mi vida todas las demás cosas pasan pero yo permanezco; por lo tanto eso significa que este yo tiene para mí una realidad mucho mayor que todo lo demás, y no obstante no sé nada de él. Porque al decir yo no nos referimos a que yo soy fulanito de tal, que mido tanto y que tengo el cabello rubio o moreno, etcétera, no; al decir yo uno no se refiere a su forma física, al decir yo uno no se refiere a sus emociones o a sus sentimientos, ya que estas emociones y sentimientos están cambiando constantemente, y tampoco se refiere a las ideas por el mismo motivo. Cuando uno dice «yo», lo dice como el sujeto que piensa, el que tiene las ideas, el que tiene el cuerpo, el que tiene los sentimientos, y no es ni las ideas, ni el cuerpo ni los sentimientos.

Resumiendo, el yo es algo que está más allá de estas cosas, pero no sabemos lo que es. Por lo tanto, si no sabemos lo que es el yo, ¿cómo vamos a saber nada de veras?

Si yo, que soy lo que tengo más cerca de mí, no me conozco ¿cómo voy a pretender conocer qué es Dios, o qué es la Verdad, o qué es la Vida o qué es la Muerte? Si yo quiero saber qué es la vida, antes he de descubrir qué es ese yo. Naturalmente, esto no es algo que pueda hacerse por recomendación, o mediante una receta, esto solamente se puede hacer cuando uno siente interiormente la absoluta necesidad de saber la verdad acerca de sí mismo; entonces es cuando surge la posibilidad de trabajar en esta dirección.

Entonces ¿cómo se hace el trabajo? Simplemente observando; cuando yo digo yo con todo mi ser ¿qué siento?; no qué cosas me recuerda ni tampoco a qué cosas lo asocio, sino ¿qué siento como resonancia directa al decir yo? ¿qué resuena en mí?; probablemente notaremos que resuena algo, una sensación, un sentimiento en algún punto, generalmente en el pecho. Si uno lo ensaya estando quieto, inactivo (interiormente hablando), no resonará nada, porque de hecho, aunque no esté dormido, está dinámicamente parado; ahora bien, cuando uno está interiormente despierto, cuando está inmerso en la dinámica de la vida consciente y dice «Yo», cuando este «yo» es un yo vivo que se exclama, entonces siempre notaremos una resonancia, la que frecuentemente se producirá, como he dicho antes, en el pecho.

Pues bien, se trata de que en la concentración yo aprenda a mirar esa resonancia, eso que resuena cuando digo «yo» y que trate de ver, de penetrar en qué es eso que responde a la palabra yo. Indagar «¿qué soy yo?» tratando de mirar, de penetrar, de saber, de centrarse mediante esta atención sostenida en esta resonancia de la noción de yo. El camino es siempre el mismo, mirar y seguir mirando.

f) En el silencio

Hasta ahora hemos trabajado con objetos, una sensación, un ideal, una frase, un yo, algo. Pero también puede uno centrarse sobre el silencio. ¿Cómo puede practicarse esto? Pues prestando atención a la noción de silencio. Aclaremos que centrarse en el silencio no quiere decir quedarse dormido, ni tan sólo amodorrado, sino que significa que yo, estando totalmente consciente y lúcido, aprendo a ser consciente del silencio dentro de mí -aunque fuera de mí pueda haberlo o no-. Debemos prestar atención al silencio en general, pero el silencio principal es el silencio interior ya que en el interior es donde menos silencio hay. Aprendamos a estar en silencio y a mirar este silencio bien conscientes y bien centrados, y esto redundará en una serie de efectos.

Cada cosa de las que hemos explicado es como una mina de posibilidades, pero el silencio es quizá una de las minas más espectaculares. A pesar de eso, yo no recomendaría a nadie que empezara las prácticas directamente por el silencio porque cuesta más. Si uno tiene algo en que pensar o algo concreto que mirar, le es más fácil que tratar de no mirar nada. Cuando se tiene que luchar contra la invasión de pensamientos, de ideas parásitas, de automatismos -los cuales están funcionando siempre disparados-, si se tiene algo en que aplicarse resulta más fácil contrarrestar la barahúnda, la invasión de ideas, que si simplemente uno tiene que estar muy despierto pero sin mirar nada, sólo el silencio.

El silencio tiene un efecto extraordinario porque permite que nuestra mente se tranquilice y ahonde, se aclare, se estabilice, se fortifique; que nuestros sentimientos, o sea, toda nuestra vida afectiva, también se ordene, se consolide. Además, el silencio es el medio magistral para ponernos en comunicación con otros niveles, con otros órdenes de experiencia. Sabemos que existe la intuición; pues el cultivo del silencio es el medio de acceso voluntario a esta intuición. También aprendiendo a estar en silencio desarrollaremos unas capacidades de sensibilidad para entender más a los demás.
Si uno quiere aprender a descubrir lo que su cuerpo necesita para sanar o simplemente para comer, es mediante el silencio que aprenderá a sentirlo. A través del silencio me descubro a mí mismo porque me sensibilizo interiormente, a través del silencio me puedo poner en contacto con la realidad más profunda de los demás, a través del silencio me puedo poner en contacto con las realidades superiores -o Dios, que se manifiesta a través de mis facultades superiores-, con un amor superior, con una inteligencia altamente intuitiva, la cual también puede tener un extenso campo de aplicaciones en la vida práctica, en el aspecto técnico, en el sentido de comprensión de la vida, etcétera.

Meditación

Explicaremos dos formas de meditación: la meditación que podemos llamar discursiva y la meditación contemplativa.

a) La meditación discursiva es la que en su práctica, manteniéndonos centrados sobre algo, dejamos que todas las ideas, todos los datos, todas las asociaciones que nosotros tenemos acerca de ese algo afluyan hacia el eje de la meditación. Por ejemplo, yo quiero pensar en un árbol; entonces la meditación discursiva consiste en que yo esté contemplando el árbol mentalmente -sin dejar en ningún momento de contemplarlo-, pero al mismo tiempo que permita a mi mente que me traiga toda la información que tiene, todos los datos que se relacionan con el árbol; entonces irán viniendo, por ejemplo, maderas, resinas, hojas, diferentes clases de árboles, frutas, y muchas cosas más. La condición fundamental es que yo no deje en ningún momento de contemplar el árbol, o sea que la idea que me venga no se convierta en un nuevo sujeto, sino que el sujeto central siga siendo siempre el árbol alrededor del cual aparecen las demás ideas.

Al venir las ideas que se relacionan con el objeto de la meditación se produce un efecto curioso, pues nosotros tenemos mucha información en nuestra mente, de distinta procedencia y de momentos distintos de nuestra experiencia, por lo tanto, tenemos una gran cantidad de datos dispersos sobre cada cosa. Así, en el caso del árbol, existen los árboles que hemos estudiado en los libros, los que hemos visto en el campo o en el bosque, los que nos han explicado, los que hemos visto en películas, etcétera. Poseemos una tremenda cantidad de información sobre cada cosa, pero esta información se encuentra en nuestra mente en registros separados. Cuando yo me obligo a que todas las cosas que se refieran al árbol vayan viniendo, entonces la noción de árbol se va enriqueciendo de una manera que cuando yo digo «árbol», este árbol tiene para mí una vida, una riqueza de contenido, que es como si estuviera mirando el árbol desde diferentes dimensiones a la vez. Aunque esto no se consigue en una sesión de dos minutos sino que se logra en dos o tres meses, practicando diariamente.

Ahora yo tengo una visión puramente plana, representativa, puramente visual del árbol, ¿por qué? Porque el árbol que yo imagino no está conectado con todas las nociones que yo tengo, con todos los conocimientos o experiencias que yo tengo dispersas por mi psiquismo acerca del árbol. Por lo tanto, en el momento en que yo, como producto de este trabajo, de este ejercitamiento, voy conectando cada noción con la visión del árbol, este árbol se va vitalizando, se va enriqueciendo con nuevas visiones, con nuevas informaciones, y al final del ejercicio para mí la palabra árbol será una realidad tan viva, tan real, tan en relieve, que no se parecerá en nada al árbol que yo conocía al principio.

Cuando esto se practica sobre varias materias, entonces se aprende a hacer funcionar la mente sobre cada materia, sobre cada objeto, manejando todos los datos, y esto se convierte poco a poco en un estilo de mirar. Ahora nos conformamos con el enunciado y enseguida pasamos a otra cosa, nos conformamos con el nombre y con la primera asociación que nos viene y damos aquello por conocido. Pero cuando hemos practicado este ejercicio por algún tiempo, al hablar de un objeto o de una realidad, entonces nuestra mente exige que todo cuanto conocemos, por percepción, por conocimiento, por experiencias internas, por todas las vías posibles, sea conocido mediante un tipo de pensamiento que es, podemos decir, en relieve; un tipo de pensamiento que tiene en cuenta absolutamente todos los factores de nuestro mundo conocido. Esto nos da acceso a un sentido de totalidad, porque significa que cuando yo pienso en algo estoy viendo todas las posibilidades que se refieren a aquel algo, estoy utilizando toda mi capacidad mental respecto a aquello y, además, me acostumbro a funcionar en todos los aspectos con esta capacidad nueva, que no sólo es cuantitativa sino también cualitativa. Éste, como veis, es un tema de suma importancia en el camino de la profundización.

b) La otra forma de meditación, la meditación contemplativa, no es nada más que la concentración que se ha explicado anteriormente, pero prolongada, y en ese foco estable se convierte en una contemplación. Estoy mirando algo y a fuerza de mirarlo, cuando soy capaz de mantener esta mirada más tiempo que en la simple concentración, entonces se produce el estado de penetración y en el momento en que yo penetro en el objeto sobre el que medito, dentro del contenido real de lo que medito, entonces eso es contemplación, es la meditación contemplativa, la que resulta ser un estado completamente nuevo comparado con el de la concentración (la cual está en su origen).

En esta meditación yo aprendo a estar tan dentro de la cosa, y ese estar dentro es algo tan efectivo, tan real, que yo llego a participar de la naturaleza de aquello que estoy mirando. Naturalmente, en este momento entraríamos en determinadas implicaciones filosóficas, especialmente de tipo metafísico; y aunque son importantes, no es mi intención introducirme en este terreno, pues ya es bastante difícil el tema por sí mismo, visto solamente desde la vertiente de sus aplicaciones prácticas. El hecho real es que uno adquiere esa capacidad de penetrar dentro de las cosas, y eso no por una impresión subjetiva, sino con una capacidad de conocimiento interno de la cosa (sea la que sea).

Cuando yo aprendo a hacer meditación sobre una persona, llego a penetrar dentro de esa persona, de tal manera que llego a conocer, a vivir lo que esta persona vive, lo que siente, incluso se llega a vivir lo que la persona padece. O sea, que no se trata de una impresión, de una creencia, de una sugestión, sino que se trata de una experiencia real, de una penetración objetiva, de un nuevo campo de conciencia. En estas zonas interiores, nuestra mente está completamente inexplorada, no existe un cultivo sistemático, deliberado, de esto, y al hablar de estas cosas suena a algo extraño, a algo que algunos creerán que es pura superstición. No hay en eso nada de superstición, es pura experiencia y el que trabaje en ello lo comprobará por sí mismo.

Naturalmente, no se trata aquí de curiosear en la vida de las personas; no tenemos, éticamente, ningún derecho a hacerlo. Pero sí, en cambio, es muy importante aprender a penetrar en lo que son las realidades más positivas para nosotros. Por ejemplo ¿qué quiere decir ser? ¿qué quiere decir inteligencia? ¿qué quiere decir amor? Penetrar dentro de lo que esto significa, eso sí que es importante, porque penetrar dentro de esto significa convertirme en lo que esto es. No se trata de penetrar sólo para luego volverme atrás, sino que es un penetrar para que aquello penetre en mí en una interfusión, en una actualización vivencial de la realidad objeto de meditación, lo que produce una auténtica transformación.

En mi interior hay un potencial extraordinario y es a través de estas nuevas penetraciones meditativas, de estos nuevos descubrimientos, como este potencial se va actualizando en mi mente consciente, por lo que se consiguen verdaderas transformaciones. La mente aprende a funcionar realmente de un modo más amplio, más profundo, y conoce esas cosas después de trabajar en ello; pero no es que se las conozca como objeto, sino que uno las conoce porque las vive en sí mismo, como sujeto, y descubre que estas realidades participan de su misma esencia, son su mismo ser.

En esta exposición de técnicas, hemos visto que podemos trabajar de muchas maneras para descubrirnos a nosotros mismos, para ser más auténticos y mejores. El instrumento es la mente y dentro de la mente es la capacidad de la atención sostenida superando los mecanismos habituales del razonamiento. Creo que se habrá hecho evidente que esto no es nada fácil; esto hay que aprenderlo y, naturalmente, se habrán de vencer algunas dificultades, las cuales analizaremos seguidamente.


Dificultades en el trabajo

Las distracciones

Éste es el primer escollo que se le presenta a la persona que empieza a practicar. Las distracciones, generalmente, son producidas por preocupaciones, sobre lo que se ha de hacer después, o lo que ha sucedido antes, o lo que se recuerda que hay que hacer el día siguiente, etcétera. Toda persona que se decide a practicar descubre esto enseguida.

Es muy fácil distraerse, y por mucho que uno quiera evitarlo, por mucho que uno se enfade, el mecanismo de la distracción sigue funcionando así o todavía más. ¿Qué debe hacerse para superarlo? Al hablar de la práctica indicaremos los preparativos necesarios para conseguir que estas distracciones disminuyan ya desde el principio; pero que disminuyan, no que desaparezcan, ya que no puede darse una fórmula fácil en este sentido. ¿Qué podemos hacer pues? Hay varias cosas que puede hacerse, pero la principal de todas es la indiferencia, el no dar importancia a las distracciones, no tratar de luchar contra las ideas que se interfieren en nuestro trabajo de concentración.

Si me encuentro de repente distraído pensando en las cosas que he de hacer al día siguiente, pues bien, que siga eso su camino, yo vuelvo otra vez a conectar mi atención hacia lo que es mi trabajo. Si en el curso de mi nuevo intento aparece como de refilón otra idea, bueno, pues que pase, yo sigo con lo mío. Si yo me propongo apartar las ideas una y otra vez, haré mucha gimnasia en relación a apartar ideas pero no haré nada de concentración. Es preciso que uno aprenda a dirigir su mente adonde quiere pero sin estar pendiente de prohibir el paso a todo el resto. Esto ya llegará, pero al principio uno no ha de pretender que todo se calle interiormente porque uno ha decidido no pensar en esto o aquello en aquel momento, no; uno ha de aceptar que por dentro hay cosas que se mueven. Bien, pues que se muevan; pero a pesar de que se muevan, yo quiero estar pendiente de esto que me interesa, por lo tanto debo dirigir la atención a esto (aunque pasen otras ideas).

. Yo no debo ir tras las ideas como un niño que está estudiando y cuando pasa una mosca se queda mirando a ver dónde va la mosca; esto es lo que nuestra mente está haciendo constantemente. Pues bien, no debemos enfadarnos ni con la mosca ni con nosotros mismos, simplemente, sin perder tiempo volvemos tranquilamente al objeto de nuestra atención, y eso con una paciencia incansable.

En el trabajo interior nunca hay que utilizar la violencia, nunca hay que utilizar el mal genio ni la impaciencia, nunca hay que utilizar la voluntad de una manera crispada, porque con eso sólo conseguiremos tensionar, crispar los mecanismos internos, y quizá desarrollar un tremendo dolor de cabeza en lugar de la concentración.

Nuestra mente requiere ser manejada siempre con mucha suavidad, siempre suavemente pero con energía, con decisión. Es fatal para nuestra mente el querer reaccionar con enfado, con violencia, con exigencias. Por lo tanto, la forma de actuar ante las distracciones es, o no haciéndoles caso o si uno les ha hecho caso volviendo decididamente al objeto del ejercicio. Las distracciones, al principio son inevitables y uno ha de considerarlas como parte del trabajo; más adelante, cuando se empiezan a descubrir cosas, a tener experiencias interiores, entonces esto ya no representará un gran obstáculo, esto solamente ocurre al atravesar la primera etapa. Después uno empieza a tener unas vivencias, unos estados interiores muy concretos, y entonces al centrar su mente en aquellos estados que ya existen, que ya funcionan y que son fuertes, entonces aquello elimina, barre, toda esa cantera de distracciones que proceden siempre de una zona más superficial. Pero al principio no hay más remedio que tener paciencia con las distracciones y saber usar más de la suavidad que de la crispación.

El sueño

Ésta es otra de las dificultades en el trabajo interior. Puede ser que en el momento en que uno se disponga a iniciar la concentración empiece a bostezar; y puede ser que bostece porque realmente tenga sueño, ya que si una persona va atrasada de sueño lo más natural es que se duerma y además es lo más sano. Si éste es el caso, puede posponerse la práctica de concentración hasta que haya descansado lo suficiente para poder estar despierto y bien presente en el trabajo. Eso es lo recomendable para los principiantes; después, cuando ya se tiene más práctica se comprobará que se puede meditar incluso teniendo mucho sueño, pero al principio no es así.

Pero puede ser que el sueño aparezca solamente en los momentos en que uno trata de concentrarse, y que, en cambio, se encuentra enseguida despejado en cuanto se termina la práctica. Entonces, este sueño es sospechoso, este sueño parece indicar que no se produce por una necesidad orgánica, fisiológica, sino que es un modo psicológico de huir ante lo que aparece como un trabajo desagradable; es un modo de protesta, de rechazo. ¿Por qué cuando una persona se aburre, bosteza y se duerme? Porque rechaza aquello que no le gusta o no le atrae; entonces uno tiende a alejarse, a desinteresarse, o sea, a huir de aquello que le desagrada, y uno de los mecanismos que existen para alejarse es, precisamente, el sueño. Por lo tanto, en este caso, el sueño indica simplemente que la persona siente un rechazo, una protesta interior contra el ejercicio, aunque uno conscientemente lo desee, incluso aunque lo desee mucho. Cuando uno se encuentra con este tipo de sueño puede hacer dos cosas:

a) puede aprender a dialogar con su inconsciente para ver hasta qué punto existe el disgusto, y razonar con él como se razona con un niño pequeño que protesta y que no quiere ir a la escuela; o bien
b) se puede adoptar una actitud de autoridad razonada, y decir, por ejemplo: «tienes sueño, pero sé que este sueño es puramente una protesta, por lo que a pesar del sueño haré la práctica»; y entonces esforzarse en seguir haciendo el trabajo aunque uno tenga que pasarse todo el tiempo batallando contra el sueño. Esto funciona, y cuando se ha hecho algunas veces se descubre el curioso fenómeno de que de repente el sueño se va y uno se queda más despejado que nunca.

Otra situación en que aparece el sueño se da en las personas que no están acostumbradas a estar con los ojos cerrados si no es durmiendo, y por lo tanto cuando cierran los ojos para hacer meditación, simplemente por el hecho de cerrar los ojos eso les induce el sueño. En este caso pueden hacerse también dos cosas:
a) aprender a meditar con los ojos un poco abiertos, o abrirlos durante un rato mientras siguen con la práctica, pues al enfocar la vista en el exterior eso despeja, aleja el sopor;
b) hacer unas respiraciones más altas y algo más prolongadas, o sea que no sean sólo de la zona baja, abdominal, pues la respiración abdominal tiene un efecto sedante y por lo tanto ayuda a dormir; en cambio la respiración alta tiende a despejar, tiende a dar más energía consciente, y si la persona se obliga a hacer varias inspiraciones seguidas esto aumenta el caudal de oxígeno y por lo tanto estimula toda la mente consciente.

Otra forma sería ducharse, pero esto ya no es necesario explicarlo ya que todos conocemos esta experiencia.

Desgana

Ésta es otra dificultad importante; hay días en que uno no tiene ganas de practicar. Cualquier cosa aparece como buena antes de estarse media hora inmóvil; uno piensa en que hay otras cosas que hacer. Contra la desgana yo creo que lo mejor es obligarse a hacer la práctica, incluso aunque uno lo pase mal, porque lo que debe verse claro es que se está adquiriendo un nuevo hábito, que se está tratando de insertar un nuevo modo de vivir en el ritmo habitual y que es natural que se manifieste una protesta, un rechazo -procedente de los esquemas mentales, de los hábitos, de la rutina-, antes de aceptar algo nuevo; por ello, pasados los primeros días en que la práctica representa una novedad, siempre se presenta un rechazo que se manifiesta muchas veces como desgana, y esta desgana frecuentemente utiliza unos razonamientos lógicos para justificarse. Uno debe ver esta trampa y de qué manera está tratando el yo mecánico de mantener su ritmo habitual y cómo se resiste a ser modificado.
Si uno quiere transformarse debe aprender a afrontar esto con decisión. Afrontar significa seguir trabajando aunque uno no tenga ganas, aunque le parezca que durante la sesión de trabajo no aprovecha nada, que está perdiendo el tiempo; o sea, seguir trabajando a pesar de todos los argumentos que aporta la desgana.

Ausencia de progreso

Ésta es otra de las dificultades importantes. Uno practica, practica, y no experimenta nada en absoluto de lo que le han dicho. Pero con frecuencia esta falta de progreso es sólo aparente; en realidad, siempre que uno está tratando de trabajar, progresa, es inevitable. Sólo el hecho de que yo me esfuerce en hacer algo en contra de mis hábitos, en contra de mi rutina, eso sólo, está desarrollando esta capacidad reactiva, esta reacción contra lo que es automatismo está desarrollando en mí un nuevo órgano, una nueva capacidad, aunque yo no vea ningún resultado inmediato; pero sólo por el hecho de que yo esté practicando, intentándolo una y otra vez, esto es lo que desarrolla. Casi podríamos decir -sin que ello sea cierto siempre- que las sesiones en las que uno no nota nada de particular pero en las que se está esmerando en hacerlo lo mejor que puede y sabe, son las sesiones de mayor progreso, de mayor eficacia, porque eso quiere decir que allí se está edificando en profundidad, que se está haciendo un trabajo profundo de re-educación. En cambio, otros días se pueden sentir unas sensaciones o unos estados muy agradables, pero aquello no es necesariamente una garantía de profundidad; puede ser, simplemente, que se haya tocado una zona relativamente superficial de la sensibilidad, por lo que uno se encuentra muy bien en estas sensaciones, pero eso no es indicativo de una transformación; puede ser excelente, aunque quizá se ha aprovechado más el tiempo otro día en que no se ha sentido nada pero se ha estado creando algo realmente nuevo dentro de sí.
 
Por lo tanto, no juzguemos nunca la eficacia de unas prácticas por lo que sentimos mientras las hacemos. A la larga, siempre notaremos resultados concretos durante la práctica y después de ella, esto es algo inevitable. Y si no se notan resultados es que el trabajo se realiza mal; ésta es otra posibilidad: el que no exista progreso por algún enfoque erróneo de las prácticas. En este caso es cuando se hace más evidente la necesidad de seguir una dirección, de tener alguien que sea capaz de controlar el trabajo de la persona y de aconsejarle de un modo preciso para ayudarle a salir de los atascos interiores, a corregir actitudes deficientes, y también para animarle en un momento determinado. Solamente puede ejercer esta función alguien que tenga una experiencia real; no busquemos nunca consejo ni siquiera la opinión de personas que han leído mucho, que hablan mucho, pero que no han practicado, porque será desacertada. Éstas son cosas que pueden ser conocidas por teoría, pues existe mucha información, pero para poder orientar, para poder dar la norma precisa en el momento preciso, sólo puede hacerlo la persona que sepa detectar lo que ocurre, por qué ocurre y lo que conviene hacer en una fase determinada, y esta dirección sólo puede aportarla alguien que tenga una auténtica experiencia en estos temas y que realmente viva el trabajo interior.


Trabajo interior y vida cotidiana

Otro aspecto del trabajo interior es la necesidad de que se integre en lo que es nuestra vida diaria, porque si nosotros hacemos un trabajo de descubrimiento interior y una vez terminada la sesión entonces nos ponemos en nuestra actitud extravertida y de crispación hacia el exterior y así permanecemos el resto del día, lo que logramos con esto es simplemente hacer una escisión en nuestro psiquismo, la que conducirá a que una parte de él mire hacia dentro y otra parte mire hacia fuera, y se irán desarrollando de esta manera, una mirando al lado interno y la otra hacia el lado externo. Entonces estaremos creando una dualidad fundamental en nuestro psiquismo, en nuestra mente, y esto no debe ser así, nunca debería ser así, aunque por desgracia en muchos casos ocurre de esta manera por falta de una visión integral, de una visión suficientemente amplia y positiva de lo que ha de ser la vida interior.

Veamos cómo se consigue esta integración. Cuando uno se determina a trabajar, conviene que lo haga por las mañanas (si es posible), durante veinte minutos o media hora en los inicios de la práctica. Es preciso que este trabajo se haga regularmente todos los días, se tengan ganas o no, aunque se tenga prisa u otras cosas por hacer. Cuando uno se da cuenta de lo que significa el trabajo interior, también se da cuenta de que no existe nada que sea más importante que esto, porque esto se convierte en la razón de ser de todo lo demás. Entonces, durante el día es necesario que uno se obligue a hacer pequeños paréntesis de aislamiento en su actividad, en su rutina diaria; y durante uno o dos minutos, aislarse del exterior, respirar conscientemente, centrarse, y tratar de reproducir lo que se ha experimentado por la mañana en el ejercicio, sea sentir más optimismo, sea un estado de comprensión más grande, de calma, de serenidad, etcétera. Esto es algo que nadie ha de notar pues puede hacerse incluso en el trabajo, en un momento cualquiera; así se renueva interiormente la experiencia que se ha vivido por la mañana, aunque la experiencia haya sido leve o muy pequeña. Eso debe repetirse tres o cuatro veces al día; por ejemplo, puede hacerse un momento antes de comer, antes de ponerse a trabajar por la tarde, otra vez a media tarde y de nuevo antes de cenar.

Será conveniente marcarse unas horas, unos momentos determinados, regulares, no cuando uno se acuerde sino ateniéndose a los momentos establecidos y acostumbrarse a ellos. Luego, el estado interior de calma, de tranquilidad o serenidad que uno ha conseguido, debe tratarse de mantenerlo, de recordarlo, de sentirlo durante el resto del día, mientras uno actúa, va por la calle, habla, etcétera. Naturalmente, este estado no se mantendrá fácilmente, se irá; no importa, pues al cabo de unos días uno se dará cuenta de que es capaz de alargarlo cada vez más. Los pequeños paréntesis en la actividad del día en los que uno recupera esa conexión de la mañana van prolongando el efecto del trabajo, el cual se va manteniendo después a lo largo del día, hasta que llega un momento en que es constante y es entonces cuando el trabajo se hace cada vez más agradable, cada vez más positivo. Esto conduce a la transformación de la propia vida, a tener de modo constante una actitud diferente ante las situaciones, sin tener que pensar ni esforzarse en ello, sino que se manifiesta así porque uno está viviendo toda situación en un estado distinto. Así vamos conectando nuestro estado interior con cada instante de nuestra vida diaria, con nuestra actividad intelectual, con nuestra actividad fisiológica, con nuestras manifestaciones festivas, y este estado interior se va afianzando. Así no sólo se evita la dualidad en nuestro interior -vida interna/vida externa-, sino que una vida ayuda a la otra; la vida interior está fecundando la actividad externa, y ésta proporciona a la vida interna unos mayores estímulos para vivir y descubrir nuevos aspectos de la propia riqueza espiritual.

La ayuda de lo Superior en el trabajo interior


Éste es otro aspecto muy interesante del trabajo. Cuando uno trabaja interiormente, porque verdaderamente lo siente así, porque esta demanda le nace de dentro, ha de saber que no es uno mismo quien en realidad inicia el trabajo sino que este trabajo nace o se origina en lo Superior. Hay algo de arriba, hay este nivel espiritual -que podemos llamar Dios, o que podemos llamar el Yo superior, o simplemente nuestros niveles superiores (según el escalón que miremos)-, que está empujando para expresarse de un modo nuevo, de un modo más rico; y esta presión de arriba hacia abajo es lo que en nuestra mente se manifiesta como necesidad de trabajar, como necesidad de comprender algo nuevo o como necesidad de vivir de otra manera. Con eso quiero significar que el impulso inicial nos está viniendo desde arriba aunque nosotros creamos que es nuestro, y eso ocurre así porque nosotros solamente percibimos las cosas en sus efectos. Cuando yo noto que tengo ganas de algo, creo que estas ganas son mías porque las siento yo, y es muy natural que lo crea así; pero hemos de saber que todas las ganas que nos vienen de crecer nos vienen de algo que ya está crecido, nos vienen de algo que ya es grande y que nos está atrayendo para que nos abramos y podamos realizarnos en un sentido superior.

Esto es muy importante porque significa que la raíz de nuestro trabajo no está en el yo sino que está en Dios, está en lo superior, en lo trascendente. Significa que es Dios, que es esta Realidad superior la que está impulsando el trabajo y por lo tanto es de allí que estaremos recibiendo constantemente estímulos y dirección, a condición de que nosotros por nuestra parte aprendamos a estar en silencio, a escuchar interiormente, y también que cada vez que percibamos una indicación interior colaboremos con esta indicación. Y si yo colaboro, cumplo, obedezco la indicación, entonces esta voz, esta capacidad de percepción intuitiva de lo que conviene, de lo que es bueno, de lo que es adecuado para mí, va creciendo.

Realmente, uno nunca está solo en el trabajo interior. El verdadero gurú, el verdadero Maestro, nunca es nadie en concreto. Sólo hay un Maestro, sólo hay un gurú, y éste es Dios. Y todo lo demás son simplemente unas muletas transitorias que, lógicamente, sirven y han de utilizarse hasta que uno llegue a ser capaz de mantener el contacto directo, abierto, permanente y claro con la propia fuente. Nunca el trabajo interior quedará perturbado o retrasado por falta de ayuda exterior, por falta de maestro o de consejo. Los consejos exteriores son necesarios en la medida en que uno no está preparado o no está educado para escuchar esa voz superior. Cuando todavía puede confundir la voz superior con la voz de su subconsciente, con la voz de su imaginación, con la voz de sus deseos o la de sus temores, mientras hay esta confusión, es cuando el maestro externo es absolutamente necesario para ejercer una labor de discriminación. Pero el trabajo interior irá educando progresivamente para que uno vaya siendo capaz de emanciparse de las dependencias externas. Pero debe quedar claro que uno no debe desear la emancipación antes de hora por un deseo de independencia o de orgullo, porque puede serle fatal, puede retrasarle el trabajo. La persona nunca sufrirá retrasos en su trabajo si aprende a ser sencillo, sincero; pero en cuanto exista una sobrevaloración o una autosuficiencia irreal, entonces se corre el peligro de desviarse del camino verdadero.

Por el hecho de que la llamada al trabajo deriva de esta acción procedente de lo superior, por eso, tenemos ya asegurada para siempre la asistencia, el estímulo, la dirección. En la evolución no se retrocede, en la evolución siempre se adelanta, aunque a veces un paso de adelanto puede representar un tiempo de acumulación de tensión interior para decidirse a dar el nuevo paso. Por tanto, existirán períodos en los que aparentemente no se adelanta, pero no es que no se adelante sino que se trata de un período preparatorio en el que se están acumulando interiormente experiencias o tensiones que empujarán hacia el paso siguiente.

Lo único que impediría la evolución durante algún tiempo sería el que uno se mantuviera completamente aislado y encerrado en la idea de la propia suficiencia, desconectado de lo que es la fuente de energía de la vida y del conocimiento. Cuando uno quiere ser sólo él mismo, sin querer abrirse -de una manera simple, con sencillez- a Dios (o a algo o alguien que sepa más que uno), cuando uno adopta esta actitud totalmente egocentrada, entonces uno mismo está cortándose las avenidas de suministro de energía y de orientación. Esto puede representarle una detención -no un retroceso pero sí una detención-)que luego se traducirá en un movimiento brusco y quizá violento hacia adelante. Pero de momento representa un parón que se traducirá en dolor, pues todo lo que es negación del sentido evolutivo impide ver las cosas tal como son e impide vivir la dinámica del crecimiento, la dinámica de la vida, y eso se traduce siempre en dolor, en un grado u otro.

Los efectos del trabajo interior

No podemos dar aquí unas normas en detalle de cómo se conoce cuándo uno realmente progresa porque depende mucho del tipo de trabajo que uno haga para que se manifiesten unos síntomas u otros. Pero podemos afirmar que el hecho de trabajar, por sí solo, siempre produce un progreso, ya que nos está educando en alguna dirección, y por esto existe un progreso aunque de momento no sea visible. Pero cuando se presenta un «bache» muy prolongado entonces es absolutamente necesario que alguien vea o analice lo que pasa (y mejor que se vea antes de que el parón se prolongue demasiado tiempo).

En el trabajo interior pueden producirse experiencias muy variadas y muy diversas. Cuando la persona que empieza a practicar tiene algunas experiencias (del tipo que sean), entonces lo que no debe hacer es querer juzgar por sí misma si estas experiencias representan un adelanto o no, porque uno mismo al principio no está capacitado para valorar las cosas. Pero precisamente porque existen las ganas de progresar, es natural que cada vez que uno siente unas sensaciones, o que ve unos colores, o que oye unos sonidos, etcétera, cada vez que tiene alguna percepción por dentro o por fuera, le parezca que está progresando al galope, y que adelantará a todos, y que si no lo paran aquello va a ser extraordinario. Hay muchos desengaños en esto, muchos, pues hay todo un mundo de percepciones que no indican necesariamente progreso. Pueden indicar algún progreso, eso sí, pero en la medida en que uno se detiene en ellas queda fijado en estas experiencias, en estas percepciones, y eso se convierte en una detención, en una desviación o en una fuente de tropiezos. Por esto es necesario que los fenómenos que uno va experimentando se consulten, se comuniquen, y uno sea lo suficientemente sencillo y sensato para aceptar el criterio de alguien que tenga más experiencia. Uno no debe interpretar los síntomas por sí mismo porque le falta criterio, le faltan puntos de comparación.

Entonces ¿cómo puede uno saber que va bien? Solamente existen unas señales inconfundibles, y éstas se refieren a que uno va sintiéndose, en general, con una mayor serenidad interior, con más seguridad, con más paz y con más energía; descubre que uno no tiene tanta prisa para vivir, que se comprende más a las personas, que se ve todo más natural, que no se reacciona con vehemencia ante los acontecimientos porque se siente que las cosas, en el fondo, se están desarrollando por sus mejores cauces, aunque no se sepa cómo ni por qué. Son esa paz, esa tranquilidad, esa fuerza, esa comprensión, esa apertura interior, los únicos síntomas que dan fe de que el trabajo va adelante y de que existe un progreso interior real. Todo lo demás puede ser (y suele ser) como un humo de pajas, que parece mucho y no es nada.

2. PRÁCTICA


Esquema de trabajo

Expondremos ahora los aspectos prácticos del trabajo para que no se presenten problemas en el momento de hacer las prácticas. Se trata de ver cómo se desarrolla una sesión práctica de unos treinta minutos, adecuada a la persona que se inicia en un trabajo interior sistemático. La planificaremos en tres fases:
1) la preparación previa a la práctica;
2) el trabajo propiamente dicho; y
3) la salida del trabajo, su conclusión o final.


Primera fase: la preparación

En la preparación estudiaremos la postura, la respiración, el centramiento y la tranquilización. Éstas son cosas esenciales; son sencillas cuando se han aprendido pero no hay que olvidarlas, porque si uno de estos pasos previos se realiza de una manera deficiente es casi seguro que el resto del ejercicio no se desarrollará correctamente. Por eso vale la pena prestar atención a la preparación, pues aunque parezca que tratamos de detalles sin importancia, hemos de entender que en nuestro trabajo interno no hay nada que no tenga importancia. Nuestro trabajo se produce a través del funcionamiento conjunto de varias piezas, y si una de estas piezas está un poco desajustada, o está un poco fuera de su sitio, esto es suficiente para desorganizarnos, para producirnos un malestar que nos impedirá un trabajo interior provechoso.

La postura

El requisito fundamental es que uno esté cómodo, simplemente cómodo, pero no me refiero a una comodidad hedonista sino a una comodidad básica, natural. ¿Por qué necesitamos estar cómodos en el trabajo? Porque sólo cuando el cuerpo está cómodo podemos olvidarlo; pues si hemos de estar pendientes de unas molestias corporales, de una incomodidad, esto restará eficacia a nuestro trabajo mental. Ahora bien, dentro de la comodidad de la postura, es importante que el tronco y la cabeza estén en línea recta y ésta debe ser preferentemente vertical, por lo que conviene no estar inclinado hacia atrás excesivamente porque eso hace perder la línea vertical, y tampoco estar mirando hacia arriba o hacia abajo pues esto hace inclinar la cabeza.

El hecho de que la cabeza y el tronco estén en línea recta tiene su razón de ser, y es que el trabajo interior (entre otros aspectos) va dirigido a: 1) la libre circulación de las energías, y 2) conseguir establecer la conexión de la mente consciente con varios focos de conciencia que existen en nosotros. Y esta movilización y circulación de energías se realiza mucho mejor cuando estamos en posición vertical cuando la cabeza y el tronco están en la misma línea, en el mismo eje.

Otra razón de la preferencia por la postura vertical deriva de que uno de los efectos que se producen en el trabajo es el de una afluencia de energía que es a la vez un gran estímulo, que nos viene de lo que podemos llamar niveles superiores o espirituales. Pero además existe un objetivo a lograr, manifestado en una toma de conciencia localizada en una zona determinada donde uno despierta un día u otro, y esta zona está situada precisamente encima de la cabeza. Podemos decir que desde encima de la cabeza nos viene la vivencia de un polo de acción, de un centro del cual surge toda aspiración. De la misma manera que hay un polo que nos atrae hacia abajo, al que llamamos fuerza de gravedad, el cual ejerce una atracción material, existe también un polo espiritual de atracción al cual se ha llamado la Gracia. Nosotros vivimos entre esta contraposición o bipolaridad entre gravedad y Gracia. La Gracia es algo que nos viene de arriba para transformarnos y conducirnos hacia arriba; es algo que nos «aspira» desde arriba y que es la base de nuestra aspiración, así como la gravedad es la fuerza que nos viene de abajo, de lo que es la materia, que nos recuerda que somos materia y que tiende a atraernos hacia abajo tanto material como psicológicamente.

En cuanto a lo que explicamos de las energías superiores, eso es algo que no debe aceptarse simplemente porque alguien lo dice, sino que es algo que todos pueden descubrir en la medida que se trabaje en la dirección correcta.

Hay que evitar todo tipo de crispación, pues no por estar rectos hay que estar rígidos. Se trata sencillamente de mantener la postura vertical, con los hombros relajados, sin hacer fuerza ni con el cuello ni con la nuca, y encontrarnos tranquilos, calmados, dentro de esta verticalidad.

Lo ideal sería quizá estar sentados en la postura yóguica de Padmasana, que consiste en el intercruzamiento de piernas, de manera que el pie derecho viene sobre el muslo izquierdo junto a la ingle y el pie izquierdo sobre el derecho, también junto a la ingle. Esta posición cierra las piernas, cierra un circuito de energías y uno queda abierto solamente hacia arriba; por eso resulta una postura excelente para meditar, porque de un modo natural facilita la circulación ascensional de las energías. Pero esto no se puede pedir (en general) a los occidentales que no hayan dedicado un entrenamiento especial a las posturas yóguicas, pues más bien conduce a un estado de incomodidad que impide la concentración.

Pero puede hacerse también sentado, «estilo sastre» como se suele decir, o en Sukasana (como se conoce en la India), que significa «postura fácil». Pero entonces es necesario sentarse sobre unas almohadas para que uno quede algo elevado, pues si se está con las piernas entrecruzadas y las rodillas quedan más altas que la zona de los huesos ilíacos, entonces se dificulta la respiración abdominal. Por lo tanto, hay que procurar que las rodillas queden más bajas que la pelvis.

Todos éstos son detalles interesantes porque en la práctica todo cuenta. Cuando por cualquier motivo no se puede estar con las piernas cruzadas, entonces uno puede sentarse en un sillón o silla de respaldo vertical, donde uno pueda sentirse realmente derecho. Son muchos los que aconsejan sentarse en una silla sin respaldo para que uno no quede adosado, para que la espalda quede libre. A mi modo de ver éstos son detalles secundarios, lo importante es que se esté cómodo y que se mantenga la posición vertical sin rigidez.

Por último, también puede hacerse el trabajo interior estirado en la cama. Esto tiene la ventaja de que es muy cómodo; cuando se hace así hay que desechar la almohada para que no se doble la cabeza hacia adelante. Pero esta posición tiene el inconveniente de que en la cama estamos acostumbrados a dormir o a divagar, y muchas personas, al tenderse en la cama, automáticamente entran en un estado de divagación mental o, simplemente, se duermen; y, naturalmente, así es muy difícil hacer un trabajo serio, deliberado, con la actitud despierta requerida. Cuando nos disponemos a hacer un trabajo interior lo que hemos de hacer no es dormir sino realmente despertar, despertarnos más. Así, pues, para la persona que pueda hacerlo tendida en la cama sin problemas no existe inconveniente en que lo haga así, pero eso será la excepción; para la mayoría será mucho mejor practicarlo en posición vertical.

La respiración

Inicialmente es necesario hacer tres o cuatro respiraciones completas. Respiraciones que empezarán en el abdomen siguiendo luego por la parte media del pecho y después por la parte alta; esta inspiración completa luego se exhala con calma, con lentitud, y a medida que se exhala, que se saca el aire, entonces uno procura soltarse, tranquilizarse, relajarse en todos los aspectos. Esas respiraciones deben adaptarse al número necesario y deben ser hechas con más o menos intensidad, hasta que uno se sienta entonado. La respiración se hace para que uno se sienta vivir por encima de cualquier estado previo, para que, si se estaba emocionando o se estaba crispando, todo esto desaparezca y la persona vuelva a sentirse otra vez ella misma y todas las funciones se regularicen, se normalicen, y uno pueda situarse en un buen punto de partida. Por eso las respiraciones conviene hacerlas, tres, cuatro, cinco veces, hasta que la persona se sienta realmente bien presente, cómoda y tranquila. Una vez conseguido este objetivo entonces la persona tiene que despreocuparse de la respiración (a no ser que el ejercicio previsto a continuación consista precisamente en una concentración sobre la respiración); al despreocuparse de la respiración, el mismo estado mental de calma le irá conduciendo a la respiración necesaria, adecuada, mientras dure el ejercicio. Cada vez que note que se crispa, que se tensa, que se preocupa, es necesario detenerse interiormente y volver a hacer dos, tres o cuatro respiraciones muy largas y completas y esto volverá a normalizar el estado interior. O sea que la respiración completa es tanto un punto indispensable de partida como un recurso al que hay que volver cada vez que uno está tenso o que se encuentra mentalmente desviado o despistado respecto a la práctica.


El centramiento y la tranquilización

Aprovechando la respiración hemos de aprender a centrarnos. Centrarse significa tomar conciencia de sí mismo, sentir que uno está aquí, completamente presente. Debo traer la mente aquí, a mi estado y situación actual, pues soy yo el que está ahora aquí. Debo sentirme físicamente sentado, sentirme respirando, sentirme en esa conciencia física de mí mismo, todo yo, de arriba abajo; y después de esto, de sentirme físicamente aquí, entonces he de sentir que soy yo que me siento ser yo, que tengo el sentimiento de mí y que este sentimiento es tranquilo; y después veo que soy yo quien está aquí, quien me doy cuenta de que mi mente está aquí pensando en esto y que yo tranquilizo mi mente. O sea, las tres cosas: cuerpo, sentimiento y mente. Yo soy quien tomo conciencia de mi cuerpo y lo tranquilizo; de mi sentimiento o estado de ánimo (o estado emotivo) y lo tranquilizo; yo quien tomo conciencia de mi mente y la tranquilizo. Yo, que estoy aquí respirando en un estado de tranquilidad, de bienestar, de paz, yo que mentalmente estoy sereno y voy a hacer mi ejercicio.

Esto es lo que conviene hacer para empezar, y debe hacerse durante dos o tres minutos. Al principio no hay inconveniente en que se dedique a esto todo el tiempo que haga falta, cinco, seis o siete minutos; lo importante es no pasar precipitadamente a lo siguiente, sino que se aprenda a hacer bien cada paso y esto redundará en el éxito del trabajo posterior. Cuidemos los detalles, pues no hay detalles pequeños en el trabajo interior; cada uno por sí mismo descubrirá que muchas veces el progreso depende de un pequeñísimo detalle de atención, de crispación, de mirar a un sitio o a otro, y que eso tan pequeño puede producir modificaciones sustanciales en cuanto a los resultados.

Aprendamos, pues, a manejar estas herramientas de trabajo que nos son propias: nuestra atención, nuestra respiración, nuestro cuerpo, nuestra conciencia de los estados de ánimo. Todo esto, por sí solo, ya representa todo un ejercicio de trabajo interior.


Segunda fase: el trabajo

Ésta es la fase del trabajo propiamente dicho. Yo propondría a las personas que no tienen una experiencia prolongada y a las personas que aún no se han definido -porque no lo ven claro o porque no han podido encontrar una orientación suficientemente clara en este sentido- que hicieran un trabajo en varias etapas, un trabajo, podríamos decir, mixto. Yo les recomendaría hacer oración, concentración, sugestión-visualización, y silencio, y con esto repartiría todo el tiempo, dedicando un ratito para cada cosa; así el trabajo no se haría tan monótono y se evitaría el problema (que se presenta en los inicios) de que la mente empieza a divagar, la mente se va por las suyas, y cuando uno se da cuenta ya lleva mucho rato distraído. La idea del trabajo mixto se basa en que si uno tiene una serie de pasos concretos que dar, esto le ayudará a mantener una atención más fija, más controlada.

Empezaremos con la oración que, como hemos dicho, debe ser completamente libre, personal, espontánea, pues no se trata de que demos una fórmula para que se repita, sino que cada uno debe hacerla en la dirección de su propia aspiración, con una actitud de completa sinceridad, dándose cuenta de qué es lo que uno realmente desea, busca o quiere y expresar esto y pedir ayuda para conseguirlo. Esta oración completamente espontánea, completamente personal, puede durar unos cinco minutos aproximadamente.

Después puede pasarse a la fase propiamente dicha de la concentración, aprendiendo a dirigir la atención sostenida sobre lo que uno haya elegido. Una buena cosa puede ser centrarse en la cualidad que a uno le gustaría llegar a tener del todo, y que uno considera más importante para sí mismo en todo momento; no sólo a veces, sino que la considera fundamental, básica. Esta cualidad, ya lo hemos dicho, se debe elegir entre lo que son atributos esenciales de nuestro ser. Desde el punto de vista de la energía tenemos toda la gama de fuerza, voluntad, decisión, perseverancia, seguridad, aplomo, etcétera; en relación a la inteligencia, tendremos las cualidades de comprensión, claridad, lucidez, penetración, profundidad, equilibrio; y desde el punto de vista del amor, la gama de cordialidad, alegría, afecto, amistad, sinceridad, etcétera. Debe elegirse una cualidad y trabajar sólo ésta.

Hay que aprender a mirar esta cualidad, a sentirla y comprenderla, no razonándola sino contemplándola, saboreándola. He de tratar de ver esta cualidad y lo que se siente cuando se tiene o se vive esa cualidad desde dentro. Mediante esta práctica de mirar y contemplar la cualidad -la atención contemplativa-, se llega a incorporarla en uno mismo. Esta fase del trabajo debe durar de ocho a diez minutos. Después se pasará a la fase de autosugestión. Debemos aprender a condicionarnos, a utilizar las grandes posibilidades que ofrece el autocondicionamiento como ayuda en el trabajo de transformación para que nuestro inconsciente trabaje en la misma dirección, a favor de nuestro propósito. Si se trabaja, por ejemplo, el aspecto alegría, entonces puede utilizarse la fórmula «ser alegre», o «ser más alegre», o «ser cordialmente alegre», etcétera. Cada uno debe buscar la frase que le resulte más clara, más representativa, más expresiva, la que tenga más sentido para él. La frase debe ser positiva, afirmativa, concisa, y que no presente ninguna contraindicación racional. Hemos de entender que se trata de un mensaje dirigido a nuestro inconsciente, y debe ser simple, directo.

Junto con esto, la visualización. Al cabo de un rato de repetir la frase, se ha de utilizar esta misma cualidad pero ahora mirándose a sí mismo, visualizándose a sí mismo, viendo y sintiendo de qué modo, de qué manera se manifestará uno cuando esté viviendo totalmente esta cualidad; ha de tratar de ver cómo se sentirá y cómo se expresará. Por lo tanto, se trata de evocar el sentimiento y la imagen de sí mismo actuando desde este estado interior. Esta fase de autosugestión/visualización puede practicarse durante cinco o siete minutos.

Después de esto, el silencio. Manteniéndose centrado, apoyado en la respiración, permanecer en silencio; silencio interior, silencio tranquilo, de bienestar, con mucha serenidad, con mucha calma. Esta última fase puede durar cinco minutos.

Este silencio conviene aprovecharlo, pues no se trata de acabar del modo que sea, sino que se trata de una fase importantísima, podríamos decir que es la fase de recogida de la cosecha. Mientras las fases anteriores constituyen la labor de siembra -en forma de trabajo activo-, en el silencio estamos en la fase de recolección. Esto es así aunque al principio no notemos nada espectacular; con la práctica ya aparecerán los resultados.

Haciendo un repaso de los minutos dedicados para cada ejercicio, vemos que hemos indicado cinco minutos para la preparación, la cual más adelante podrá hacerse de forma algo más rápida. En cuanto al trabajo propiamente dicho, hemos sugerido estos tiempos:

oración: 5 minutos
concentración: 8-10 minutos
sugestión-visualización: 5-7 minutos
silencio: 5 minutos

El final

Después del silencio debemos hacernos la idea clara de que vamos a terminar. Nunca se debe pasar de una manera abrupta de un estado de meditación o silencio a otro de movimiento, pues esto representaría un cambio demasiado brusco para nuestro sistema nervioso, para nuestros sentidos, y resultaría perjudicial. Procederemos, pues, así: todavía estando en silencio debemos hacernos primero la idea, «ya es suficiente; ahora voy a pasar a mi actividad externa». Entonces, una vez hecha claramente esta idea, deliberadamente, empezaremos a hacer unas respiraciones completas y profundas -también tres, cuatro o cinco-; con esto procuramos activar la circulación de la sangre. Después de estas respiraciones, moveremos las manos y los brazos y luego los pies y las piernas para activar la circulación en los miembros; también, si se sienten las ganas, puede uno desperezarse.

Cuando el trabajo se hace correctamente, se produce una disminución de lo que son actividades periféricas, orgánicas, como si se estuviera en un sueño en el que la actividad nerviosa, muscular, circulatoria, disminuye. Así, no podemos pedirle al cuerpo que inmediatamente se ponga en acción porque esto sería violentarlo; hay que ir recuperando su funcionalismo progresivamente, y esto se logra de un modo correcto mediante este proceso de la idea clara de terminar la práctica, las respiraciones y el movimiento de los miembros. Luego se abrirán los ojos; pero sólo nos levantaremos después de estar un ratito con los ojos abiertos. No hay que levantarse enseguida, no hay que hacer las cosas con precipitación, pues se podrían sentir mareos o dolor de cabeza; es lo mismo que ocurre cuando uno está durmiendo y de pronto se levanta bruscamente, entonces uno anda como medio borracho porque su organismo no está totalmente despierto, aun suponiendo que lo esté su mente. Pero aunque esté despierto mentalmente, su organismo no lo está, pues éste necesita unas condiciones progresivas para irse despertando.

Mantener el estado interior

En este momento ya se habrá realizado la secuencia completa del trabajo interior, la cual habrá durado en total unos treinta minutos o poco más. Entonces empieza el trabajo de mantener esto durante todo el día; o sea, que se trata de alargar este estado de calma que uno ha obtenido, de tranquilidad, de serenidad, de conciencia de sí mismos, y de aprender a mantenerlo mientras uno se mueve, mientras come, mientras trabaja. Esto luego se pierde, pero durante el día se han de buscar unos instantes, tres o cuatro veces al día (a horas fijas si es posible) y aislarse durante unos momentos; y entonces realizar las fases de respiración, de silencio, de evocación de la cualidad positiva y de silencio. Cuando la práctica de la mañana se hace de un modo regular, esto se puede realizar en muy poco tiempo.

Cuando hagamos estos paréntesis de trabajo interior procuremos que aunque sean cortos sean totales, no los hagamos a medias. Si es un minuto, bien, pero que esté todo uno dentro de este minuto, que se haga con toda la presencia de sí mismo; no debe hacerse pensando en otra cosa porque sólo se trata de un momento. Así será un minuto real, un minuto macizo, lleno, completo; durante este minuto no debe existir nada más que aquello que se está haciendo. Luego, pasado este paréntesis, mantendremos el estado en lo posible mientras atendemos a nuestras obligaciones.

Debemos acostumbrarnos a mantener este estado interior mientras se están haciendo las cosas cotidianas; aunque se borre, ya se volverá a recuperar cuando llegue la hora del nuevo aislamiento, o a la mañana siguiente cuando hagamos la media hora de práctica. Al cabo de unos días de hacer esto, no muchos, se notará que los efectos de este trabajo se alargan durante todo el día y que ya en ningún momento se actúa o reacciona como antes. Se comprobará que uno está distraído, pero de repente aparece el recuerdo del estado interior y, automáticamente, se produce el gesto de situarse en él. Se verá que ante situaciones nuevas se reacciona con una mayor entereza, con una mayor fuerza que antes. En definitiva, e independientemente de que se consigan o no unos efectos concretos en el momento de hacer el trabajo, se irán manifestando unos resultados sorprendentes en relación a nuestra personalidad y a la vivencia y expresión de nuestro ser profundo, los cuales significarán un estímulo creciente en el camino del trabajo interior.


OBRAS DE ANTONIO BLAY

La personalidad creadora, Ediciones Indigo.

Energía personal, Ediciones Indigo.

Relajación y energía, Ediciones Indigo.

Personalidad y niveles superiores de conciencia, Ediciones Indigo.

Palabras de un maestro (Recopilación de frases a cargo de Miquel Martí), Ediciones Indigo.

Ser. Curso de psicología de la autorrealización, Ediciones Indigo.

Trabajo interior. Técnicas de psicología trascendente, Ediciones Indigo.

Lectura rápida, Iberia.

Hatha yoga. Su técnica y funcionamiento, Iberia. - Tantra yoga, Iberia.

Creatividad y plenitud de vida, Iberia.

Caminos de autorrealización (Yoga superior), 3 tomos, Cedel.
T. 1, La realización del Yo central.
T. II, La integración vertical o realización trascendente.
T. III, Integración con la realidad exterior.

Plenitud en la vida cotidiana, Cedel.

Raja yoga (Control mental, realidad espiritual), Cedel.

Maha yoga (Investigación mediante la meditación), Cedel.

Dyana yoga (Transformación mediante la meditación), Cedel.

Hatha yoga (Técnica y aplicaciones a la vida práctica), Cedel.

Yoga integral, Cedel.

¿Qué es el yoga?, Cedel.

Karma yoga (Realización espiritual activa), Cedel.

Bhakti yoga (Desarrollo superior de la afectividad), Cedel.

La relación humana medio de desarrollo de la personalidad, Cedel.

Zen. El camino abrupto, Cedel.

La tensión nerviosa y mental, Cedel.

Desarrollo de la voluntad y la perseverancia, Cedel. - Tensión, miedo y liberación interior, Cymys.

Curs de psicología de l'autorrealització (en catalán), Llar del llibre.

FIN