Antonio Blay
EL TRABAJO INTERIOR
Técnicas de meditación
Primera edición: Noviembre, 1993
ÍNDICE
Prefacio
1. Teoría
Necesidad de trabajo interior
La mente, instrumento esencial
Modalidades de trabajo interior
Dificultades en el trabajo
Trabajo interior y vida cotidiana
La ayuda de lo Superior en el trabajo interior
Los efectos del trabajo interior
2. Práctica
Esquema del trabajo
Primera fase: la preparación
Segunda fase: el trabajo
El final
Mantener el estado interior
PREFACIO
Durante los años en que impartió su enseñanza,
Antonio Blay dictó gran variedad de cursos sobre temas de psicología
trascendente; del material elaborado en estos cursos se extrajeron
los textos que sirvieron de base para la mayoría de sus libros. Pero
dedicó también muchas horas a sesiones de trabajo con grupos
reducidos (de las cuales no ha quedado memoria escrita o grabada),
así como algunas sesiones en forma de mini-cursillo en que abordaba
el planteamiento del trabajo de forma un tanto condensada o
sintetizada; si bien esta actividad era algo esporádica.
De entre el material no publicado de
Blay hemos elegido uno de estos cursos sintetizados, al que el mismo
Blay tituló El
trabajo interior, el
cual ha servido de tema central al presente volumen. Creemos que esta
pequeña obra puede desempeñar, para el estudiante, la función de
un Manual práctico de gran utilidad para un trabajo sistemático de
uso diario.
El libro se ha completado con una segunda parte que
consta de cinco conferencias (también inéditas) que profundizan en
la temática, completándola, de la enseñanza del trabajo interior.
La puesta a punto de este material ha sido realizada con
el mismo respeto que siempre nos ha merecido la figura y el mensaje
de Antonio Blay.
LOS EDITORES
1. TEORÍA
Necesidad del trabajo interior
¿Cuál es la razón de ser del trabajo interior? ¿y
cuál su utilidad? A grandes rasgos, la necesidad del trabajo
interior puede resumirse en tres apartados.
Para equilibrar nuestra vida
Para equilibrar nuestra vida
En nuestra sociedad actual, vivimos desbordados por una
multiplicidad de impresiones, de exigencias, de urgencias, que nos
obligan a estar constantemente dependiendo del exterior, que nos
obligan a estar continuamente atendiendo asuntos, problemas,
gestiones, y que nos inducen a estar siempre en movimiento, en
acción. Y así, si observamos nuestra vida, veremos que nos pasamos
prácticamente todas las horas -desde que nos despertamos hasta que
nos vamos a dormir-, pendientes del mundo exterior.
Y eso no significa solamente pensar
en el mundo
exterior, sino que significa estar preocupados
por el mundo
exterior, estar «asomados» al exterior, pero con tensión, pues lo
exterior representa para nosotros problemas que resolver, deseos que
satisfacer, peligros de los que tenemos que defendernos, en
definitiva significa lucha
y lucha es sinónimo
de tensión.
Por lo tanto, dado el estilo de vida al que conducen las
condiciones de la sociedad actual, estar pendientes del exterior
significa estar en tensión, porque nos pasamos todo el día
cultivando nuestro desarrollo hacia fuera, desarrollando nuestra
mente, desarrollando nuestros sentidos, nuestras facultades
operativas, motoras, dinámicas. Pero esto nos impide estar atentos,
prestar atención, ser conscientes de nosotros mismos, darnos cuenta
de que somos los protagonistas, de que somos los agentes, los
«sujetos» de esta acción; y nuestro mundo interior, con sus
contenidos y sus exigencias, va quedando relegado por esta prioridad
que hemos aprendido a dar al mundo exterior. Así no es de extrañar
que se produzcan en nosotros esos estados de fatiga, de angustia, y
toda esa gran variedad de trastornos y distonías neurovegetativas
que son del dominio de la medicina psicosomática.
Nuestra vida fisiológica se resiente de este estado de
tensión, se padece insomnio, hipertensión, se padece del estómago,
estreñimiento, se padecen muchos trastornos frente a los cuales el
médico se ve impotente para actuar, pues nos dice que no tenemos
nada, que nuestro organismo está bien, que los órganos están
sanos, nos dice que simplemente se trata de un trastorno funcional. Y
aunque esto parece que alivia mucho al médico porque nos puede
ofrecer un diagnóstico, nosotros nos quedamos con la misma
alteración, con el mismo trastorno que antes. Para consolarnos nos
da algunas pastillas, algunos sedantes, pero sabemos que estas
medicinas aunque nos calmen los síntomas (a cambio de una pequeña
intoxicación del sistema nervioso), no nos resolverán en absoluto
el problema, el cual volverá a presentarse una y otra vez.
Esta tensión hace que nuestra vida
afectiva no pueda desarrollarse y no pueda adquirir una hondura, una
amplitud, un equilibrio. Así vemos que todo el mundo anda con el
ánimo crispado, con una susceptibilidad a flor de piel y que por
cualquier motivo surgen disputas o problemas. Donde eso es más
evidente es donde conviven las personas; en la familia, en los
lugares de trabajo, se ofrece un muestrario constante de problemas
debidos a esta poca fortaleza, a esta poca capacidad de encaje en el
terreno afectivo. Nuestra mente se resiente también de este
trastorno, pues nuestro organismo y nuestro psiquismo no están
hechos para funcionar 16 ó 18 horas diarias en estado de tensión y
pendientes del exterior, pues luego esta tensión se traduce en
dificultad de concentración, en una disminución de la memoria -a
veces en verdaderos lapsus mentales-, en una disminución de nuestra
capacidad de asimilación de diferentes materias, etcétera. A veces,
a la hora de solucionar problemas estamos tan tensos, tan
complicados, tan «espesos», que nos es imposible encontrar las
soluciones adecuadas. Se trata de un círculo vicioso en el que los
problemas de funcionamiento nos plantean nuevos problemas además de
los inevitables que ya nos plantea la propia vida de contacto con lo
exterior. El resultado es que el ser humano vive agobiado,
angustiado, pero esto parece que se considera ya como una condición
normal de la persona de nuestra época.
Cuando uno se da cuenta de que esto no va, de que esto
no es deseable ni correcto, sea porque ha empezado a sentir síntomas
alarmantes, o simplemente porque se da cuenta de que vive un ritmo
antinatural, entonces busca una solución, y la solución verdadera
no consiste en medicinas paliativas, sino que consiste en recuperar
lo que es el verdadero ritmo natural de nosotros mismos, de nuestra
naturaleza, de nuestras funciones. Y para recuperar el ritmo, para
restablecer este equilibrio, no hay más remedio que la persona
aprenda a descubrirse a sí misma, aprenda a encontrarse a ella
misma, aprenda a descubrir cómo funciona, qué es lo que necesita
interiormente, y aprenda a encontrar esas fuerzas interiores que
tiene de reserva y que habitualmente no aprovecha, esas zonas de
tranquilidad, de silencio, las cuales son la base de nuevas energías,
de nuevas evidencias y de un nuevo entusiasmo para vivir.
Se dice que el hombre de hoy en día
está alienado, con lo cual se quiere decir que está fuera de sí,
que está enajenado. En efecto, el hombre está fuera de su eje, no
vive centrado sino que vive crispado hacia el exterior, y si quiere
recuperar su equilibrio tiene que aprender a abrirse interiormente, a
vivir su mundo interior al mismo tiempo que vive el mundo exterior, y
sólo así evitará esa crispación, esa basculación constante hacia
esta parte puramente exterior de su vida. Entonces el trabajo
interior se convierte en un remedio eficaz, absoluto, definitivo,
para sanar esos trastornos funcionales, esas distonías
neurovegetativas y en general todas las enfermedades que son
consecuencia de un modo anormal, no centrado, que son consecuencia de
un modo defectuoso de estar
en el mundo.
Para mejorar nuestra personalidad
Éste es otro objetivo del trabajo
interior. Hay personas que aunque puedan tener esos problemas, no se
dan cuenta de ellos, quizá porque esos problemas no alcanzan en
ellos una urgencia, una gravedad. Por otra parte, sienten con más
fuerza la necesidad de desarrollar unas nuevas capacidades, porque la
vida exterior lo exige, y se dan cuenta de que si pudieran dar un
rendimiento superior tendrían unas posibilidades (profesionales,
sociales) mayores que las que tienen actualmente. También se da
cuenta la persona de que si quiere ser más capaz es de su interior
que debe adquirir esta capacidad, es desde dentro que se ha de
desarrollar. Entonces esta cultura interior de las facultades, esta
cultura que no depende de los libros, que no se adquiere como los
conocimientos técnicos sino que requiere una gimnasia interior, ese
desarrollo interior,
ha de hacerse
mediante unas prácticas determinadas que le permitan ejercitar de
una manera sistemática y directa sus facultades interiores.
Algunas de las cualidades que se pueden desarrollar
mediante el trabajo interior son las siguientes:
- tener una mayor serenidad para afrontar las
situaciones;
- tener una mayor fuerza personal, una mayor capacidad
de impacto;
- tener una mayor capacidad de concentración y de
asimilación;
- poder asumir mayores responsabilidades (al aumentar su
capacidad de rendimiento intelectual).
Porque es un camino para llegar a descubrir la propia
verdad interior
Eso es especialmente importante para las personas que no
se satisfacen viviendo sólo las exigencias inmediatas, los objetivos
que la vida les propone en distintos momentos, sino que sienten la
necesidad de comprender el porqué de la vida y el porqué de las
demás vidas, que sienten una necesidad de conocimiento, de verdad,
una necesidad de conocerse más a sí mismos, una necesidad de ser
más uno mismo. Y que sienten la necesidad de descubrir y acercarse
no sólo a la realidad íntima de sí mismo, sino también a la
Realidad Suprema, a esto que intuimos y que le damos el nombre de
Dios o de Absoluto.
El trabajo interior se convierte, pues, en un medio para
llegar a descubrir por vía experimental esa naturaleza espiritual,
esa realidad interior, y vivirla, convertirla en experiencia viva,
logrando que la espiritualidad, la realización espiritual, no sea
sólo una creencia, una cosa puramente teórica, sino que sea una
realidad viva, algo vivido experimentalmente.
La Mente, instrumento esencial
Para hacer esto que llamamos trabajo
interior ¿de qué disponemos? ¿cuáles son los instrumentos? El
instrumento esencial del trabajo interior es la Mente. Pero con la
mente se nos plantea enseguida un problema curioso; porque la mente
es un instrumento de trabajo, pero al mismo tiempo es el principal
obstáculo para el trabajo. Veamos por qué.
Nuestra mente se ha acostumbrado a funcionar de un modo
muy tenso, muy acelerado, crispado y superficial, porque -como hemos
dicho- necesita estar constantemente atendiendo necesidades y
exigencias del exterior, y como en estas necesidades y exigencias van
involucradas cosas de valor para la persona -incluso de mucho valor-,
la persona no sólo pone interés e inteligencia en la solución de
sus problemas, sino que también pone miedo, ansia, y, a veces,
desesperación. Esto hace que la mente ya no funcione en su capacidad
puramente intelectual sino que quede envuelta por estos mecanismos
afectivos que la traban. Del mismo modo que si pusiéramos unos
objetos dentro de los engranajes de una maquinaria la trabarían,
también todos los miedos, las impaciencias, las angustias, son
verdaderos obstáculos que impiden el normal funcionamiento de
nuestra maquinaria mental.
Esto sucede porque nuestra mente se ha acostumbrado a
funcionar así, se ha acostumbrado a buscar continuamente, a pasar de
un objeto a otro con rapidez, sin ahondar, sin sopesar las cosas con
profundidad, con serenidad, y está corriendo siempre al galope, de
tal manera que cuando queremos imponerle el silencio no lo
conseguimos; la mente va por su propio camino y adquiere autonomía,
y muchas veces nos cuesta trabajo seguirla. Por eso, la mente, que es
el medio de conocimiento, el medio de toma de conciencia, como
habitualmente funciona con un ritmo acelerado, superficial y
distorsionado, se convierte en un obstáculo cuando queremos
manejarla para ahondar en nosotros, para contactar con lo que pueda
existir de positivo en nuestro interior. Y cuando la persona quiere
ahondar se encuentra con que no puede; cuando quiere concentrarse se
encuentra con que la mente «se le va», se le escapa. La persona no
es capaz de contactar con su propio interior porque nunca se ha
interesado por ello, no se ha educado en esta dirección.
Otra causa que convierte la mente en obstáculo lo
constituye el que nos hemos acostumbrado a buscar soluciones a todos
los problemas a través del pensamiento. Como los problemas del mundo
exterior los manejamos por medio de esa capacidad de simbolización
que es nuestro pensamiento y nuestro lenguaje, cuando sentimos un
problema interior y queremos ahondar en él no sabemos adoptar más
que esta misma herramienta y el mismo procedimiento que utilizamos
para lo exterior: el simbolismo del pensamiento y el lenguaje.
Pero nuestra realidad interior no
podemos descubrirla mediante el pensamiento. Nuestra realidad
interior necesita de otras capacidades mentales que no son el
pensamiento. Necesita de nuestra lucidez,
de nuestro
intelecto, pero
no de nuestra capacidad de razonar, la cual es una de las capacidades
elementales de nuestra mente. Pero como en la vida diaria no
utilizamos más que esta capacidad, queremos utilizar esta misma
capacidad para resolver problemas interiores y para ahondar en
nosotros mismos. De esta manera la mente se convierte en problema, en
un nuevo obstáculo, cuando tratamos de descubrir de un modo más
directo qué es
nuestra esencia,
nuestra realidad, nuestras fuerzas vivas. Pero a pesar de esto, la
mente es el medio, la mente es
camino.
La Atención. El «mirar»
Pero la mente se convierte en medio
cuando descubrimos que hay una capacidad -de las muchas que tiene
nuestra mente-, que es la que permite adentrarnos, ahondar, descubrir
cosas nuevas, y esa capacidad nueva -y a la vez antigua-, esa
capacidad especial que es la que se necesita para este trabajo de
descubrimiento interior, es la atención
sostenida.
Hay una gran diferencia entre estar
simplemente atentos
a algo y el razonar
sobre algo. Al razonar nos estamos pronunciando sobre ese algo,
estamos formando símbolos, estamos juzgando, valorando,
seleccionando. Pero cuando yo
miro algo, cuando
aprendo a dirigir mi atención de una manera fija, sostenida, sobre
algo, estoy simplemente mirando y es manteniendo esta actitud de
mirar cuando se puede llegar a ver, del mismo modo que sólo
manteniendo la actitud de escuchar se puede llegar a oír. Y al decir
escuchar quiero decir escuchar
de veras y en
consecuencia, oír
de veras; porque lo
que ahora hacemos no es escuchar de veras, pues mientras estamos
escuchando también estamos pensando, estamos comparando, razonando o
criticando lo que escuchamos, y esto nos impide desarrollar nuestra
capacidad de oír del todo. Como estamos tan acostumbrados a escuchar
de este modo ni siquiera nos ha pasado por la mente la idea de que
realmente existe la capacidad de escuchar del todo. Uno cree que ya
está atento, que ya se está enterando de todo, pero luego, cuando
la persona tiene que repetir o dar cuenta de lo que ha escuchado, se
evidencia que la persona sólo ha cogido unos pequeños fragmentos de
lo que se ha dicho -y aun esos fragmentos los interpreta mediante una
óptica totalmente subjetiva-, que no ha tenido la capacidad de
escuchar realmente
lo que el otro decía, cómo lo decía y desde la perspectiva en que
lo decía.
En el sentido de la atención
sostenida ocurre lo mismo que en el escuchar. Hemos de aprender a
mirar sin razonar, a fijar nuestra atención, muy clara, muy
despierta, muy lúcida, en un acto simple de mirar
aunque a primera
vista esto nos parezca muy tonto, pues, como se dice en forma de
chiste, los mochuelos se «fijan» mucho. A pesar de que parezca una
cosa tonta, es preciso practicar para llegar a descubrir que ahí
está la clave más importante para entrar en el reino interior, en
este mundo oculto, en este mundo de posibilidades inmensas que hay en
nuestra mente y en nuestro corazón.
Repito: se trata de la capacidad de
mirar con una
atención sostenida, sin razonar. Después
ya razonaremos si conviene, ya que no se trata de abdicar de nuestro
juicio crítico, sino simplemente que cuando se trata de mirar, en la
medida en que tratamos de razonar estamos disminuyendo nuestra
capacidad de mirar. Cuando «miramos» manteniendo esta actitud de
atención sostenida, se produce un fenómeno extraordinario: entonces
la mente adquiere la capacidad de entrar dentro de la cosa que mira,
adquiere la capacidad de penetrar;
y ahí está una de
las principales diferencias entre mirar y pensar. Con el pensar
nosotros solamente representamos las cosas por medio de ideas, no
entramos dentro de nada, nos limitamos a tomar fotografías y hacer
combinaciones con esas fotografías, con los datos, con las ideas. En
cambio, a través del mirar aprendemos a hacer el contacto del «foco»
de nuestra mente con otros focos que existen en nosotros, sea al
nivel del sentimiento, sea al nivel de la intuición, de la
sensación, de lo que sea; y cuando mantenemos esa atención
sostenida, entonces se produce una penetración de nuestro foco
mental dentro de este otro sector, del sentimiento o de la sensación,
entramos en él, y al penetrar se produce el descubrimiento de unas
fuerzas que transforman; transforman la mente, transforman la
capacidad de vivir.
Ésta es la clave fundamental de todas las prácticas de
vida interior. Y en ella tenemos la explicación del porqué hay
tantas personas que con toda la buena voluntad del mundo, después de
trabajar muchos años con diferentes prácticas -unas de tipo mental
y otras de tipo devocional-, no consiguen un cambio fundamental en su
interior, no se produce una transformación en ellas, no hay un
descubrimiento de algo revolucionario, sino que simplemente la
persona va envejeciendo en esa misma actitud de ir practicando algo,
con muy buena fe pero sin esa eficacia transformante, porque no ha
descubierto la práctica de la atención sostenida.
Si queremos que nuestra vida interior
sea realmente vida,
tenemos que
aprender a ahondar en lo que está vivo: en nuestra mente es la
atención, en nuestro campo emocional es el sentimiento y en nuestro
cuerpo es la sensación y todas las funciones fisiológicas. Y sólo
viviendo este foco vivo de la mente que es la atención, junto con el
foco viviente del sentimiento se produce el descubrimiento de lo que
es realmente el sentimiento. Y se trata no sólo de un nuevo
conocimiento sino de una transformación, una fusión, porque de la
misma manera que la mente entra dentro del sentimiento, el
sentimiento entonces entra también dentro de la mente. Y se descubre
lo que hay detrás del sentimiento, lo que es
en sí el
sentimiento, en lugar de entenderlo (como hacemos ahora) según sus
efectos o manifestaciones externas.
Actualmente conocemos nuestra vida
por sus resultados, por sus productos, no la conocemos
intrínsecamente, no la conocemos por lo que es en sí misma. Por eso
podemos decir que no estamos viviendo nuestra vida sino que la
estamos sufriendo, la estamos padeciendo; somos pacientes de la vida
porque no estamos metidos conscientemente dentro de nuestro propio
vivir. Descubrimos que sentimos tal cosa, descubrimos que nos
encontramos de un modo determinado, que nos suceden unas cosas, pero
en este transcurrir de nuestra vida no nos vivimos como sujetos, no
nos vivimos «dentro» de eso que vivimos. Y si yo no estoy realmente
dentro de
lo que vivo, estoy fuera,
y por eso me
«encuentro» con eso que vivo, me «tropiezo» con ello. Si yo
estuviera dentro sería el sujeto de ese vivir; entonces habría una
posibilidad real de manejar este vivir de un modo mucho más eficaz.
Modalidades de trabajo interior
Existen muchas formas de trabajo interior. Aquí nos
limitaremos a cinco de ellas, las que consideramos de efectividad más
comprobada y con cuya práctica se consiguen resultados realmente
importantes. En primer lugar describiremos brevemente las técnicas
propiamente dichas para que cada uno pueda elegir la que esté en
mayor afinidad con su manera de ser. Sin embargo, al final
sugeriremos un modelo organizado de secuencia de trabajo. Las
técnicas son las siguientes:
- oración, japam, autosugestión, concentración y
meditación.
Oración
Ésta es la primera modalidad de trabajo. Esta técnica
se dirige especialmente a las personas que tienen ya una inquietud de
tipo religioso. Naturalmente, el trabajo interior puede tener otras
aplicaciones fuera del terreno religioso o espiritual, pero al
enumerar las técnicas no podemos descartar a la oración.
La oración es una verdadera técnica transformante,
- cuando se aprende a hacer de una manera total,
sincera, incondicional, espontánea, sin un reglamento estricto;
- cuando la oración es una apertura, aquí y ahora, de
todo yo a esa realidad que intuyo alrededor y dentro de mí, que es
Dios;
- cuando yo me abro, y me abro sin cálculos, sin
censuras, cuando exploto expresándome todo yo hacia Dios.
La oración, por lo tanto, es lo más
alejado de la recitación de unas frases, de unas fórmulas. Las
frases y las fórmulas pueden ser excelentes, pero aquí me estoy
refiriendo a lo que es la oración como técnica
fundamental. Es esa
oración a la que uno va sin ningún tipo de preparación, sin
ninguna idea previa, sino simplemente valorando el hecho de situarse
ante esa realidad que es Dios, y aprendo a comunicarme, a abrirme,
aprendo constantemente a ser más sincero, más espontáneo, más
total, y a decir todo lo que a mí me preocupa, todo lo que en mí
está viviendo, sea lo que sea, sin obligarme a utilizar una actitud
formalista o de persona que quiere ser muy buena. Dios lo que quiere
es mi verdad,
lo que
yo soy de veras, por lo tanto yo he de expresarme ante El tal como
soy, ni más ni menos, y si mi preocupación actual es un problema
familiar o un problema económico, en mi oración ha de expresarse el
problema familiar o el económico, porque ésta es mi verdad y no
otra.
La oración exige una sinceridad
total e incondicional y requiere el esfuerzo de descubrir en cada
momento lo que es realmente vivo, lo que es real en mí. Nos hemos
acostumbrado a adoptar una actitud predeterminada ante Dios, una
actitud de persona humilde que está pidiendo algo, una actitud de
«pobre»; hemos de descartar esta mentalidad, pues ante Dios no
hemos de representar ningún papel. Quizá en la vida he aprendido a
hacer muchos papeles: en mi casa hago un papel, en el trabajo hago
otro, con mis amigos otro. Pero ante Dios eso no sirve. ¿Cómo soy
yo cuando me quedo sin papeles, cuando me quedo sin personajes que
representar? ¿cómo soy yo, desnudo, auténticamente desnudo por
dentro? ¿yo en mí mismo? Y tratar de expresar eso que yo siento
cuando trato de ser yo mismo, yo mismo ante la vida, yo mismo ante
mis problemas, ante mis miedos, ante mis ambiciones, mis deseos, ante
lo más elevado, ante lo más bajo, y expresar esto. Entonces esta
oración es
transformante. Cuando
todo yo me vuelco hacia Dios, cuando todo yo vacío todo mi interior
y lo comunico intencionalmente, deliberadamente, a Dios, cuando yo me
vacío de todos estos contenidos, expresándolos, cuando yo me vacío
de mi yo personal, entonces es cuando queda sitio para que Dios me
llene de Él, entonces es cuando puedo sentir una vida nueva que me
penetra, que me transforma y me dirige. Ésta es la auténtica
oración, y toda oración que no se haga así no es verdaderamente
oración.
Japam
Otra práctica, que en su origen también está
relacionada con la oración es la que en Oriente se conoce con el
nombre de «japam». Es una técnica -conocida también en Occidente-
que consiste en la repetición de una fórmula, de una frase que
encierra la verdad más grande para uno, la verdad que uno quiere
llegar a realizar, a vivir del todo.
Un ejemplo típico de japam occidental es el que han
practicado los hesicastas -una escuela de espiritualidad de la época
bizantina, que ha proliferado en Rusia, en Oriente Medio y que hoy
todavía subsiste en Grecia-; es lo que se llama «la oración de
Jesús». Esta oración consiste en la constante repetición de la
fórmula: «Señor Jesucristo ten piedad de mí». Dentro de la
tradición cristiana ortodoxa y en sus textos clásicos -que han sido
escritos por personas que han tenido la experiencia real de lo que
explican-, se indica que hay que repetir esta frase constantemente,
incesantemente, y que en ciertos momentos conviene incluso aislarse y
poner la atención en el pecho, en el corazón y tratar de que la
oración se viva allí, «resuene» allí, hasta que la mente aprenda
a centrarse en esta zona; con ello se producen unos efectos de
transformación extraordinarios. Esto sólo lo cito como ejemplo de
la técnica; para las personas interesadas por el aspecto religioso,
existen obras que hablan en detalle del tema desde este punto de
vista cristiano.
Pero lo que quiero destacar es la técnica en sí misma.
Si aprendemos a repetir una fórmula, una frase,
constantemente, esto produce una transformación lenta pero segura de
todo nuestro psiquismo y de toda nuestra mente. La frase debe estar
de acuerdo con lo que es la aspiración de uno, con lo que representa
el máximo exponente de la propia verdad. Por ejemplo, para muchas
personas de mentalidad religiosa podrá ser una fórmula excelente:
«Dios es amor»; o simplemente: «Dios me ama». Y solamente repetir
eso, deteniéndose de vez en cuando para ahondar el significado, y
reanudando luego la repetición.
Esta repetición constante, que nos
puede parecer quizá un poco pesada, similar a la técnica «del
loro», tiene su explicación. Nuestra mente está funcionando por
automatismo, por inercia; nosotros tenemos unos hábitos
mentales que son
los que están dirigiendo de hecho nuestra vida habitual.
Y cuando nosotros
queremos ahondar nos encontramos con la barrera de estos hábitos
mentales; el hábito de estar pensando en tal problema, o en tal
otro. De estos hábitos existen varios niveles de profundidad en
nuestra mente, porque en toda nuestra vida hemos estado edificando
nuevos hábitos, unos encima de otros. Así, nos encontramos ante una
verdadera fortaleza, ante unas auténticas barricadas, y a la hora
del intento de penetrar en nuestro interior se presentan como
obstáculos insalvables. Pero cuando yo empiezo a repetir la frase
escogida, esto va logrando que la inercia mental, esta tendencia que
tiene la mente a dar vueltas y a repetir siempre lo mismo -como
ocurre ahora con nuestros hábitos-, vaya afirmando el hábito de
acuerdo a la nueva idea, o sea que se va mecanizando de acuerdo con
esta nueva fórmula; y, naturalmente, como esta nueva fórmula está
de acuerdo con mi aspiración, con lo que yo necesito realizar,
resulta que al cabo de un tiempo es precisamente mi automatismo
mental el que está a favor de mi realización, dejando de ser
obstáculo y convirtiéndose en una importante ayuda.
Más adelante veremos que el medio para llegar a ahondar
consiste en que yo llegue a un perfecto estado de concentración, a
esta focalización de la mente en un punto, centrada y sostenida en
ese punto. Por lo tanto, practicando la repetición explicada, se
está polarizando mi mente, con sus automatismos inconscientes y
también con mi actitud consciente, hacia el mismo punto; así se
prepara el terreno para poder hacer cada vez una mayor y mejor
concentración sobre la idea que yo quiero realizar. Vemos, pues,
como esta técnica que parece mecánica -y por lo tanto inferior-, es
una técnica que responde a unos mecanismos seguros; la experiencia,
además, no tarda en demostrar que eso funciona realmente así.
Por otra parte, esta práctica no nos ha de impedir
vivir nuestra vida. Ahora nosotros vivimos de manera que funcionan
los viejos automatismos de siempre. La parte externa de nuestra mente
es la que actúa y la parte intermedia sigue su circuito habitual, su
rutina, sus preocupaciones, sus deseos y sus miedos. Pues bien,
cuando yo voy practicando, se van substituyendo poco a poco estos
miedos, estos deseos, estas ambiciones, pero mi capacidad de acción
externa sigue estando disponible (igual que ahora) para que yo siga
trabajando y desenvolviéndome en la vida exterior.
Ésta es otra forma de trabajo,
aunque técnicamente pueda verse como derivada del «japam». La
autosugestión es la capacidad que nosotros utilizamos de poder
introducir unas ideas clave, unas ideas positivas para que nos
condicionen desde nuestro mecanismo inconsciente. Nosotros no
actuamos -en un gran tanto por ciento de nuestra conducta- con
nuestra mente consciente; nosotros estamos actuando de acuerdo con
nuestros condicionamientos inconscientes. Cada uno de ustedes ha
venido, ha entrado y se ha sentado, y ahora sigue sentado y está
escuchando; pues bien, aunque es su mente consciente la que está
escuchando, todo esto que han hecho de entrar, sentarse, los cambios
de postura que van haciendo de vez en cuando, todo eso es su mente
inconsciente la que lo dirige; incluso los hábitos de pensamiento
con los cuales están tratando de considerar lo que yo digo, son
también automáticos e inconscientes. Nuestra vida se ha edificado
sobre unos mecanismos inconscientes, sobre unos automatismos que
hemos ido adquiriendo. Estamos condicionados por esto y la prueba la
tenemos en que muchas veces nosotros conscientemente queremos hacer
algo y surge un miedo de dentro y no nos lo deja hacer. Impulsos,
sensaciones, estados, tensiones, surgen de nuestro interior y nos
incapacitan para hacer algo. Esto indica que nuestra mente consciente
está constantemente encontrándose con otro dinamismo interior, el
cual, frecuentemente, es el que suele vencer.
La autosugestión, pues, no es nada
más que el medio de introducir deliberadamente las ideas que yo
elijo para que desde el inconsciente me condicione en el sentido
preferido, neutralizando así estos condicionamientos negativos que
ahora tengo. Si yo introduzco la idea de que yo soy cordialidad, o de
que yo soy inteligencia, o de que yo soy energía, si introduzco esta
idea (la elegida) mediante su repetición, evocando a la vez
sentimientos, sensaciones, vivencias profundas, esta idea irá
calando dentro y llegará a neutralizar las ideas que hay allí, de
que soy poca cosa, de que no tengo fuerza, de que no podré hacer tal
cosa o de que no merezco tal otra. Así podremos neutralizar todos
los condicionamientos acumulados de todas las experiencias negativas
de nuestra vida. De esta manera la autosugestión se convierte en un
instrumento excelente para poder conducir nuestra propia vida
manejando los condicionamientos de nuestro inconsciente. Ésta es una
idea mucho más profunda sobre la autosugestión de la que tienen
habitualmente muchas personas que no se han tomado el trabajo de
ahondar en los mecanismos y en la razón de ser de esta técnica.
Concentración
Entramos aquí más en lo vivo del
tema. ¿Qué significa «concentración»? Significa aplicar la
atención, la mirada
mental, a algo; y
mantenerla ahí. La atención
es el acto que yo
hago en un instante dado para mirar algo mentalmente; la
concentración es
el mismo acto de mirar algo pero manteniéndolo. Cuando la atención
es sostenida, eso es concentración.
Las variedades de la técnica de la concentración se
refieren a la posibilidad de concentrarnos sobre diferentes cosas,
todas ellas positivas, conduciendo cada una de ellas a unos
resultados determinados. Los distintos objetos de concentración que
propongo son los siguientes:
a) sobre la postura corporal
b) sobre un chakra
c) sobre una cualidad propia
d) sobre una cualidad divina
e) en la investigación del yo
f) en el silencio
Se trata de que yo aprenda a darme
cuenta de que todo yo estoy sentado. Esto parece que todo el mundo ya
lo sabe, parece que todo el mundo ya lo ve, parece que no hay nada
que descubrir. Pues resulta que sí. Si uno se toma la molestia de
hacerlo un día y otro día, entonces descubre la diferencia que hay
entre un instante de atención y lo que es concentración. En un acto
de atención yo puedo darme cuenta de que ahora estoy sentado, no
pensarlo sino
sentirme sentado,
darme cuenta porque siento las sensaciones de mi cuerpo, porque el
esquema corporal que tengo en mi mente me está dando un mensaje de
las sensaciones que se manifiestan; por lo tanto, me estoy sintiendo
sentado. Bien. Pero
si yo me mantengo simplemente en este gesto de seguir mirando que yo
estoy sentado, de seguir sintiéndome sentado, y a la vez puedo
eliminar las distracciones (o a medida que las vaya eliminando),
descubriré que yo sigo sintiéndome sentado, pero que me doy cuenta
de una manera nueva
de que estoy
sentado, y que lo que varía es mi modo de darme cuenta, que mi mente
empieza a sentir un modo nuevo de sentirme a mí mismo sentado,
empieza a adquirir una conciencia de globalidad, una conciencia de
unidad, de bloque, una conciencia «masiva»; y esa conciencia masiva
de unidad, a medida que se va practicando se va ahondando, y es que
en realidad no es que yo
me dé
más cuenta de que
estoy sentado sino que es que soy
más yo quién me
estoy dando cuenta de que estoy sentado, es la conciencia del sujeto,
del yo, la que
aumenta respecto al hecho de estar sentado, es mi capacidad de
conciencia la que aumenta, y la capacidad de conciencia es la
capacidad de ser yo mismo. Por
lo tanto, es mi
presencia ante el
hecho de estar sentado, es la presencia de mí que crece, que se
modifica, que se ensancha, que se ahonda.
Es por eso que este simple hecho de estar sentado es
suficiente para producir una transformación, literalmente, como
suena. No les hablo de nada utópico, pues en algunos tipos de
prácticas (en el Za-zen, por ejemplo) es conocido el hecho de que la
práctica de la inmovilidad estando sentado, dándose cuenta de que
uno está sentado, produce no sólo la modificación subjetiva
citada, sino que además, por extensión, provoca unos cambios
importantes: disminuye la tensión que uno tiene durante la vida
diaria, y, por lo tanto, desaparecen todos los síntomas que eran
efecto de esta tensión, síntomas fisiológicos, síntomas emotivos
y síntomas mentales; también la persona va adquiriendo una
maduración, una serenidad, un estado mucho más centrado y estable.
Y aunque no resulta fácil, es la forma de trabajo más sencilla,
pues no se requiere ninguna técnica extraordinaria, ningún
malabarismo, simplemente estar sentado con comodidad.
También puedo centrarme en la
respiración. Y ésta
es una de las prácticas más difundidas entre los grupos o
individuos que trabajan interiormente, que cultivan su personalidad
interior. Es, por así decirlo, una ampliación del ejercicio
anterior. La persona se sienta en una postura cómoda, aunque
teniendo en cuenta que la cabeza y el tronco estén en una posición
vertical (pero sin rigidez). Se trata de que la persona se relaje, se
tranquilice sin perder esta postura, y entonces que deje que sea el
vientre el que respire con libertad, o sea, dejando que la
respiración abdominal funcione libremente, y mientras la respiración
va funcionando la persona aprenda simplemente a mirar la sensación
que le viene de este movimiento respiratorio, y nada más que eso.
Sin influir, sin dirigir, sin interferir, sin ampliar o acortar la
secuencia respiratoria; sólo observar, sin intervenir para nada en
el automatismo de la respiración abdominal, la cual ha de producirse
de la manera más natural y libre posible. En la formulación de esta
práctica hay quienes presentan pequeñas diferencias. Unos indican
que se vayan contando los movimientos; uno
a la inspiración,
dos a la
espiración, tres a
la siguiente inspiración, cuatro
a la espiración...
y así hasta diez y luego volver a empezar. Otros hacen contar
mentalmente cuando se produce la inspiración, otros lo hacen durante
la espiración, etcétera. En realidad, esto es secundario, sólo lo
menciono para que se sepa que hay diferentes modos de trabajar este
mismo ejercicio.
El hecho de observar la respiración resulta un poco más
divertido que el simple mirar que uno está sentado. En este
ejercicio por lo menos hay algo en movimiento, por lo que a la mente
(al tener un objeto móvil en que fijarse) le puede resultar algo más
fácil.
Otra forma de concentración se
practica sobre unas zonas determinadas o «centros», que en Oriente
se llaman chakras. Los chakras son unos puntos focales de energía
sutil que es donde residen los focos principales de conciencia. Hay
focos a lo largo de toda la columna vertebral, pero los chakras más
importantes para la meditación, los que se aconsejan más
frecuentemente, son los que se encuentran en
el pecho, el cual
responde a la meditación afectiva -que como hemos visto se practica
también en Occidente-, en
la frente, que es
donde uno suele pensar y reflexionar, y luego en
la parte superoposterior de la cabeza, donde
residen o funcionan otros tipos de energía-conciencia. La del pecho
será una conciencia de amor, la de la frente, de conocimiento o
sabiduría, y la última será la conciencia de la realidad absoluta
de Dios -o de Parabrahman, como dirían en la India-.
El hecho es que uno puede concentrarse en uno de estos
puntos y esta práctica produce unos resultados definidos. Porque
estos centros de conciencia no son algo que se haya inventado la
imaginación oriental sino que es algo que ha sido comprobado y que
existe en otras tradiciones; en la tradición hesicasta ya mencionada
están enumerados con detalle precisamente estos centros de
conciencia, y el tipo de resultados que se producen mediante la
concentración en ellos. Lo interesante de todo eso es que todas las
etapas están previstas, todos los caminos han sido transitados, son
experiencias que ya están pasadas y repasadas por los Maestros antes
de haberlas descrito y enseñado a otros, por lo que se sabe que
cuando una persona se centra en una zona determinada qué sentirá,
qué ocurrirá luego, qué vendrá después, qué peligros pueden
presentarse, etcétera. Es exactamente como su tuviésemos el plano
detallado de una región y sabemos dónde hay una altura, dónde hay
un camino o dónde hay una pendiente.
También puede uno centrarse sobre la
cualidad determinada que desea, a la cual aspira. Por ejemplo, uno
puede estar muy interesado en adquirir la serenidad en toda
situación; pues bien, uno puede aprender a centrarse, a
concentrarse, a poner toda la atención en ver qué
es esa cualidad: la
serenidad. Se trata de que la persona trate de sentirse serena, o
trate de recordar alguna ocasión en que haya tenido o sentido algo
de esa serenidad; y entonces ver cómo se encontraba, cómo estaba,
en qué consistía la experiencia de esta serenidad, y que trate de
«mirar» simplemente esto, y nada más, manteniendo la atención
sostenida en esta vivencia, en esta evocación de la cualidad; no
sólo en la idea de
la serenidad, sino sobre la sensación
experimentada
cuando uno estaba viviendo la serenidad.
También puede cultivarse la cordialidad, por ejemplo,
la actitud de ser más cordial. Para el que tiene problemas de
contacto humano, el cultivo de esta cualidad puede ser muy
importante. Pues bien, se trata de que uno evoque la vivencia de la
cordialidad y observar cómo se siente cuando se expresa de este
modo, tratando de vivir este sentimiento afectuoso y alegre de la
cordialidad, de reproducirlo y «mirarlo», y nada más.
Naturalmente, el estado interior se irá; entonces uno tiene que
volver a evocarlo, a recuperarlo, y volver a mirarlo y nada más;
éste es el ejercicio.
También puede uno aprender a
centrarse sobre el aspecto energía,
o poder, o fuerza interior, y
el mecanismo es exactamente igual; ¿qué he sentido yo cuando me he
vivido con auténtica fuerza interior? Pues bien, esta sensación que
yo tenía de mí cuando me sentía con fuerza interior, evocarla,
revivirla y observarla, profundizando en esta sensación de energía.
Como puede verse, este esquema de trabajo es muy simple,
pero a la hora de hacerlo la cosa ya no es tan fácil como parece;
porque surgen todas esas interferencias de las que hemos hablado y se
evidencia una total falta de adiestramiento en el manejo de nuestras
facultades internas.
También podemos centrarnos en una
cualidad divina -todo depende siempre de lo que uno busque a través
del trabajo interior-. Puede ser un ejemplo de cualidad divina la
sabiduría. Entonces
hemos de preguntarnos ¿qué quiere decir sabiduría divina? Pero en
esto uno no debe referirse a lo que ha leído en los libros o a lo
que le han dicho, no; sino que ha de centrarse en lo que comprende
directamente, en lo que intuye por sí mismo. Sabiduría significa
«saber», pero en este caso significa saber
todo del todo, significa
conocer totalmente
la cosa. Veámoslo:
Dios es Sabiduría porque Dios es el que está haciendo que la cosa
sea, es la base de todas las cosas; por lo tanto, sabiduría es ese
estar en todo, ese
conocerlo todo del todo. Como trabajo, conviene tratar de ahondar en
qué quiere decir saber todo del todo. Esto, al principio, parece que
ya se comprende, porque nos contentamos con la idea, con las
palabras. Pero cuando se despierta la intuición de lo que hay detrás
de la idea cuando decimos «todo», vemos que es algo,
que es una cosa (no
una idea); entonces ya no nos quedamos con el nombre sino que
captamos la noción de totalidad. Y cuando yo aprendo a mirar, no la
palabra todo sino
la noción de totalidad, entonces voy descubriendo más y más qué
quiere decir totalidad y lo descubro de una manera totalmente nueva,
diferente de la noción intelectual que ahora tengo, o sea que se
produce un conocimiento mucho más profundo, incluso de los
conceptos, conocimiento que se adquiere mediante la penetración
activa de la atención en el mismo concepto.
Puedo centrarme, por ejemplo, en lo que significa «Dios
es amor». Centrarme en lo que entiendo por Dios, en lo que quiero
decir al decir Dios, sin grandes razonamientos, simplemente con la
intuición directa que yo tengo de esto. No se trata de apoyarse en
tratados de teología, no; lo que aquí vale es mi noción natural
directa, inmediata, porque ésta es la auténticamente mía y ésta
es la que me conducirá a la fuente de donde procede esta intuición.
Otra forma de trabajo consiste en
concentrarse en la pregunta «¿qué soy yo?». Yo que soy quien vivo
todas mis experiencias, yo que soy el protagonista de toda mi vida,
ese yo que lucha, que sufre, que es el que se alegra, que es el que
está siempre presente en toda circunstancia, en definitiva, que es
el eje de todo mi proceso existencial y que, no obstante, no sé nada
de él. Ese yo ¿qué es? ¿qué quiero decir cuando digo yo? Porque
«yo» es un nombre o un pronombre, pero ¿qué hay detrás de ese
nombre o pronombre? ¿cuál es la cosa nombrada? ¿cuál es la
realidad que se oculta detrás de la palabra yo? No vale señalarse
uno mismo y decir «¡pues yo!», ya que eso es igual que quedarnos
con la pregunta, no es ninguna respuesta. Yo he de ser algo, y he de
ser algo tan importante que sea mucho más importante que todas las
demás cosas, porque en mi vida todas las demás cosas pasan pero yo
permanezco; por lo tanto eso significa que este yo tiene para mí una
realidad mucho mayor que todo lo demás, y no obstante no sé nada de
él. Porque al decir yo no nos referimos a que yo soy fulanito de
tal, que mido tanto y que tengo el cabello rubio o moreno, etcétera,
no; al decir yo uno no se refiere a su forma física, al decir yo uno
no se refiere a sus emociones o a sus sentimientos, ya que estas
emociones y sentimientos están cambiando constantemente, y tampoco
se refiere a las ideas por el mismo motivo. Cuando uno dice «yo»,
lo dice como el sujeto
que piensa, el que
tiene las ideas, el que tiene el cuerpo, el que tiene los
sentimientos, y no
es ni las ideas, ni
el cuerpo ni los sentimientos.
Resumiendo, el yo es algo que está
más allá de estas cosas, pero no sabemos lo que es. Por lo tanto,
si no sabemos lo que es el yo, ¿cómo
vamos a saber nada de veras?
Si yo, que soy lo que tengo más cerca de mí, no me
conozco ¿cómo voy a pretender conocer qué es Dios, o qué es la
Verdad, o qué es la Vida o qué es la Muerte? Si yo quiero saber qué
es la vida, antes he de descubrir qué es ese yo. Naturalmente, esto
no es algo que pueda hacerse por recomendación, o mediante una
receta, esto solamente se puede hacer cuando uno siente interiormente
la absoluta necesidad de saber la verdad acerca de sí mismo;
entonces es cuando surge la posibilidad de trabajar en esta
dirección.
Entonces ¿cómo se hace el trabajo? Simplemente
observando; cuando yo digo yo con todo mi ser ¿qué siento?; no qué
cosas me recuerda ni tampoco a qué cosas lo asocio, sino ¿qué
siento como resonancia directa al decir yo? ¿qué resuena en mí?;
probablemente notaremos que resuena algo, una sensación, un
sentimiento en algún punto, generalmente en el pecho. Si uno lo
ensaya estando quieto, inactivo (interiormente hablando), no resonará
nada, porque de hecho, aunque no esté dormido, está dinámicamente
parado; ahora bien, cuando uno está interiormente despierto, cuando
está inmerso en la dinámica de la vida consciente y dice «Yo»,
cuando este «yo» es un yo vivo que se exclama, entonces siempre
notaremos una resonancia, la que frecuentemente se producirá, como
he dicho antes, en el pecho.
Pues bien, se trata de que en la concentración yo
aprenda a mirar esa resonancia, eso que resuena cuando digo «yo» y
que trate de ver, de penetrar en qué es eso que responde a la
palabra yo. Indagar «¿qué soy yo?» tratando de mirar, de
penetrar, de saber, de centrarse mediante esta atención sostenida en
esta resonancia de la noción de yo. El camino es siempre el mismo,
mirar y seguir mirando.
f)
En el
silencio
Hasta ahora hemos trabajado con
objetos, una sensación, un ideal, una frase, un yo, algo. Pero
también puede uno centrarse sobre el silencio. ¿Cómo puede
practicarse esto? Pues prestando atención a la noción de silencio.
Aclaremos que centrarse en el silencio no quiere decir quedarse
dormido, ni tan sólo amodorrado, sino que significa que yo, estando
totalmente consciente y lúcido, aprendo a ser consciente del
silencio dentro de
mí -aunque fuera
de mí pueda haberlo o no-. Debemos prestar atención al silencio en
general, pero el silencio principal es el silencio interior ya que en
el interior es donde menos silencio hay. Aprendamos a estar en
silencio y a mirar este silencio bien conscientes y bien centrados, y
esto redundará en una serie de efectos.
Cada cosa de las que hemos explicado es como una mina de
posibilidades, pero el silencio es quizá una de las minas más
espectaculares. A pesar de eso, yo no recomendaría a nadie que
empezara las prácticas directamente por el silencio porque cuesta
más. Si uno tiene algo en que pensar o algo concreto que mirar, le
es más fácil que tratar de no mirar nada. Cuando se tiene que
luchar contra la invasión de pensamientos, de ideas parásitas, de
automatismos -los cuales están funcionando siempre disparados-, si
se tiene algo en que aplicarse resulta más fácil contrarrestar la
barahúnda, la invasión de ideas, que si simplemente uno tiene que
estar muy despierto pero sin mirar nada, sólo el silencio.
El silencio tiene un efecto extraordinario porque
permite que nuestra mente se tranquilice y ahonde, se aclare, se
estabilice, se fortifique; que nuestros sentimientos, o sea, toda
nuestra vida afectiva, también se ordene, se consolide. Además, el
silencio es el medio magistral para ponernos en comunicación con
otros niveles, con otros órdenes de experiencia. Sabemos que existe
la intuición; pues el cultivo del silencio es el medio de acceso
voluntario a esta intuición. También aprendiendo a estar en
silencio desarrollaremos unas capacidades de sensibilidad para
entender más a los demás.
Si uno quiere aprender a descubrir lo que su cuerpo
necesita para sanar o simplemente para comer, es mediante el silencio
que aprenderá a sentirlo. A través del silencio me descubro a mí
mismo porque me sensibilizo interiormente, a través del silencio me
puedo poner en contacto con la realidad más profunda de los demás,
a través del silencio me puedo poner en contacto con las realidades
superiores -o Dios, que se manifiesta a través de mis facultades
superiores-, con un amor superior, con una inteligencia altamente
intuitiva, la cual también puede tener un extenso campo de
aplicaciones en la vida práctica, en el aspecto técnico, en el
sentido de comprensión de la vida, etcétera.
Meditación
Explicaremos dos formas de meditación: la meditación
que podemos llamar discursiva y la meditación contemplativa.
a) La meditación
discursiva es la
que en su práctica, manteniéndonos centrados sobre algo, dejamos
que todas las ideas, todos los datos, todas las asociaciones que
nosotros tenemos acerca de ese algo afluyan hacia el eje de la
meditación. Por ejemplo, yo quiero pensar en un árbol; entonces la
meditación discursiva consiste en que yo esté contemplando el árbol
mentalmente -sin dejar en ningún momento de contemplarlo-, pero al
mismo tiempo que permita a mi mente que me traiga toda la información
que tiene, todos los datos que se relacionan con el árbol; entonces
irán viniendo, por ejemplo, maderas, resinas, hojas, diferentes
clases de árboles, frutas, y muchas cosas más. La condición
fundamental es que yo no deje en ningún momento de contemplar el
árbol, o sea que la idea que me venga no se convierta en un nuevo
sujeto, sino que el sujeto central siga siendo siempre el árbol
alrededor del cual aparecen las demás ideas.
Al venir las ideas que se relacionan con el objeto de la
meditación se produce un efecto curioso, pues nosotros tenemos mucha
información en nuestra mente, de distinta procedencia y de momentos
distintos de nuestra experiencia, por lo tanto, tenemos una gran
cantidad de datos dispersos sobre cada cosa. Así, en el caso del
árbol, existen los árboles que hemos estudiado en los libros, los
que hemos visto en el campo o en el bosque, los que nos han
explicado, los que hemos visto en películas, etcétera. Poseemos una
tremenda cantidad de información sobre cada cosa, pero esta
información se encuentra en nuestra mente en registros separados.
Cuando yo me obligo a que todas las cosas que se refieran al árbol
vayan viniendo, entonces la noción de árbol se va enriqueciendo de
una manera que cuando yo digo «árbol», este árbol tiene para mí
una vida, una riqueza de contenido, que es como si estuviera mirando
el árbol desde diferentes dimensiones a la vez. Aunque esto no se
consigue en una sesión de dos minutos sino que se logra en dos o
tres meses, practicando diariamente.
Ahora yo tengo una visión puramente plana,
representativa, puramente visual del árbol, ¿por qué? Porque el
árbol que yo imagino no está conectado con todas las nociones que
yo tengo, con todos los conocimientos o experiencias que yo tengo
dispersas por mi psiquismo acerca del árbol. Por lo tanto, en el
momento en que yo, como producto de este trabajo, de este
ejercitamiento, voy conectando cada noción con la visión del árbol,
este árbol se va vitalizando, se va enriqueciendo con nuevas
visiones, con nuevas informaciones, y al final del ejercicio para mí
la palabra árbol será una realidad tan viva, tan real, tan en
relieve, que no se parecerá en nada al árbol que yo conocía al
principio.
Cuando esto se practica sobre varias
materias, entonces se aprende a hacer funcionar la mente sobre cada
materia, sobre cada objeto, manejando todos los datos, y esto se
convierte poco a poco en un estilo de mirar. Ahora nos conformamos
con el enunciado y enseguida pasamos a otra cosa, nos conformamos con
el nombre y con la primera asociación que nos viene y damos aquello
por conocido. Pero cuando hemos practicado este ejercicio por algún
tiempo, al hablar de un objeto o de una realidad, entonces nuestra
mente exige que todo cuanto conocemos, por percepción, por
conocimiento, por experiencias internas, por todas las vías
posibles, sea conocido mediante un tipo de pensamiento que es,
podemos decir, en relieve; un tipo de pensamiento que tiene en cuenta
absolutamente todos los factores de nuestro mundo conocido. Esto nos
da acceso a un sentido de totalidad, porque significa que cuando yo
pienso en algo estoy viendo todas
las posibilidades
que se refieren a aquel algo, estoy utilizando toda mi capacidad
mental respecto a aquello y, además, me acostumbro a funcionar en
todos los aspectos con esta capacidad nueva, que no sólo es
cuantitativa sino también cualitativa. Éste, como veis, es un tema
de suma importancia en el camino de la profundización.
b) La otra forma de meditación, la
meditación
contemplativa, no
es nada más que la concentración que se ha explicado anteriormente,
pero prolongada, y en ese foco estable se convierte en una
contemplación. Estoy mirando algo y a fuerza de mirarlo, cuando soy
capaz de mantener esta mirada más tiempo que en la simple
concentración, entonces se produce el estado de penetración y en el
momento en que yo penetro en el objeto sobre el que medito, dentro
del contenido real de lo que medito, entonces eso es contemplación,
es la meditación
contemplativa, la que resulta ser un estado completamente nuevo
comparado con el de la concentración (la cual está en su origen).
En esta meditación yo aprendo a estar tan dentro de la
cosa, y ese estar dentro es algo tan efectivo, tan real, que yo llego
a participar de la naturaleza de aquello que estoy mirando.
Naturalmente, en este momento entraríamos en determinadas
implicaciones filosóficas, especialmente de tipo metafísico; y
aunque son importantes, no es mi intención introducirme en este
terreno, pues ya es bastante difícil el tema por sí mismo, visto
solamente desde la vertiente de sus aplicaciones prácticas. El hecho
real es que uno adquiere esa capacidad de penetrar dentro de las
cosas, y eso no por una impresión subjetiva, sino con una capacidad
de conocimiento interno de la cosa (sea la que sea).
Cuando yo aprendo a hacer meditación
sobre una persona, llego a penetrar dentro de esa persona, de tal
manera que llego a conocer, a vivir lo que esta persona vive, lo que
siente, incluso se llega a vivir lo que la persona padece. O sea, que
no se trata de una impresión, de una creencia, de una sugestión,
sino que se trata de una experiencia real, de una penetración
objetiva, de un nuevo campo de conciencia. En estas zonas interiores,
nuestra mente está completamente inexplorada, no existe un cultivo
sistemático, deliberado, de esto, y al hablar de estas cosas suena a
algo extraño, a algo que algunos creerán que es pura superstición.
No hay en eso nada de superstición, es pura experiencia y el que
trabaje en ello lo comprobará por sí mismo.
Naturalmente, no se trata aquí de
curiosear en la vida de las personas; no tenemos, éticamente, ningún
derecho a hacerlo. Pero sí, en cambio, es muy importante aprender a
penetrar en lo que son las realidades más positivas para nosotros.
Por ejemplo ¿qué quiere decir ser?
¿qué quiere decir
inteligencia? ¿qué
quiere decir amor?
Penetrar dentro de
lo que esto significa, eso sí que es importante, porque penetrar
dentro de esto significa convertirme
en lo que esto es. No
se trata de penetrar sólo para luego volverme atrás, sino que es un
penetrar para que aquello penetre en mí en una interfusión, en una
actualización vivencial de la realidad objeto de meditación, lo que
produce una auténtica transformación.
En mi interior hay un potencial
extraordinario y es a través de estas nuevas penetraciones
meditativas, de estos nuevos descubrimientos, como este potencial se
va actualizando en mi mente consciente, por lo que se consiguen
verdaderas transformaciones. La mente aprende a funcionar realmente
de un modo más amplio, más profundo, y conoce esas cosas después
de trabajar en ello; pero no es que se las conozca como objeto,
sino que uno las
conoce porque las vive en sí mismo, como sujeto,
y descubre que
estas realidades participan de su misma esencia, son
su mismo ser.
En esta exposición de técnicas, hemos visto que
podemos trabajar de muchas maneras para descubrirnos a nosotros
mismos, para ser más auténticos y mejores. El instrumento es la
mente y dentro de la mente es la capacidad de la atención sostenida
superando los mecanismos habituales del razonamiento. Creo que se
habrá hecho evidente que esto no es nada fácil; esto hay que
aprenderlo y, naturalmente, se habrán de vencer algunas
dificultades, las cuales analizaremos seguidamente.
Dificultades en el trabajo
Las distracciones
Éste es el primer escollo que se le presenta a la
persona que empieza a practicar. Las distracciones, generalmente, son
producidas por preocupaciones, sobre lo que se ha de hacer después,
o lo que ha sucedido antes, o lo que se recuerda que hay que hacer el
día siguiente, etcétera. Toda persona que se decide a practicar
descubre esto enseguida.
Es muy fácil distraerse, y por mucho que uno quiera
evitarlo, por mucho que uno se enfade, el mecanismo de la distracción
sigue funcionando así o todavía más. ¿Qué debe hacerse para
superarlo? Al hablar de la práctica indicaremos los preparativos
necesarios para conseguir que estas distracciones disminuyan ya desde
el principio; pero que disminuyan, no que desaparezcan, ya que no
puede darse una fórmula fácil en este sentido. ¿Qué podemos hacer
pues? Hay varias cosas que puede hacerse, pero la principal de todas
es la indiferencia, el no dar importancia a las distracciones, no
tratar de luchar contra las ideas que se interfieren en nuestro
trabajo de concentración.
Si me encuentro de repente distraído pensando en las
cosas que he de hacer al día siguiente, pues bien, que siga eso su
camino, yo vuelvo otra vez a conectar mi atención hacia lo que es mi
trabajo. Si en el curso de mi nuevo intento aparece como de refilón
otra idea, bueno, pues que pase, yo sigo con lo mío. Si yo me
propongo apartar las ideas una y otra vez, haré mucha gimnasia en
relación a apartar ideas pero no haré nada de concentración. Es
preciso que uno aprenda a dirigir su mente adonde quiere pero sin
estar pendiente de prohibir el paso a todo el resto. Esto ya llegará,
pero al principio uno no ha de pretender que todo se calle
interiormente porque uno ha decidido no pensar en esto o aquello en
aquel momento, no; uno ha de aceptar que por dentro hay cosas que se
mueven. Bien, pues que se muevan; pero a pesar de que se muevan, yo
quiero estar pendiente de esto que me interesa, por lo tanto debo
dirigir la atención a esto (aunque pasen otras ideas).
. Yo no debo ir tras las ideas como un niño que está
estudiando y cuando pasa una mosca se queda mirando a ver dónde va
la mosca; esto es lo que nuestra mente está haciendo constantemente.
Pues bien, no debemos enfadarnos ni con la mosca ni con nosotros
mismos, simplemente, sin perder tiempo volvemos tranquilamente al
objeto de nuestra atención, y eso con una paciencia incansable.
En el trabajo interior nunca hay que utilizar la
violencia, nunca hay que utilizar el mal genio ni la impaciencia,
nunca hay que utilizar la voluntad de una manera crispada, porque con
eso sólo conseguiremos tensionar, crispar los mecanismos internos, y
quizá desarrollar un tremendo dolor de cabeza en lugar de la
concentración.
Nuestra mente requiere ser manejada siempre con mucha
suavidad, siempre suavemente pero con energía, con decisión. Es
fatal para nuestra mente el querer reaccionar con enfado, con
violencia, con exigencias. Por lo tanto, la forma de actuar ante las
distracciones es, o no haciéndoles caso o si uno les ha hecho caso
volviendo decididamente al objeto del ejercicio. Las distracciones, al principio
son inevitables y uno ha de considerarlas como parte del trabajo; más
adelante, cuando se empiezan a descubrir cosas, a tener experiencias
interiores, entonces esto ya no representará un gran obstáculo,
esto solamente ocurre al atravesar la primera etapa. Después uno
empieza a tener unas vivencias, unos estados interiores muy
concretos, y entonces al centrar su mente en aquellos estados que ya
existen, que ya funcionan y que son fuertes, entonces aquello
elimina, barre, toda esa cantera de distracciones que proceden
siempre de una zona más superficial. Pero al principio no hay más
remedio que tener paciencia con las distracciones y saber usar más
de la suavidad que de la crispación.
El sueño
Ésta es otra de las dificultades en el trabajo
interior. Puede ser que en el momento en que uno se disponga a
iniciar la concentración empiece a bostezar; y puede ser que bostece
porque realmente tenga sueño, ya que si una persona va atrasada de
sueño lo más natural es que se duerma y además es lo más sano. Si
éste es el caso, puede posponerse la práctica de concentración
hasta que haya descansado lo suficiente para poder estar despierto y
bien presente en el trabajo. Eso es lo recomendable para los
principiantes; después, cuando ya se tiene más práctica se
comprobará que se puede meditar incluso teniendo mucho sueño, pero
al principio no es así.
Pero puede ser que el sueño aparezca
solamente en los momentos en que uno trata de concentrarse, y que, en
cambio, se encuentra enseguida despejado en cuanto se termina la
práctica. Entonces, este sueño es sospechoso, este sueño parece
indicar que no se produce por una necesidad orgánica, fisiológica,
sino que es un modo psicológico de huir ante lo que aparece como un
trabajo desagradable; es un modo de protesta, de rechazo. ¿Por qué
cuando una persona se aburre, bosteza y se duerme? Porque rechaza
aquello que no le gusta o no le atrae; entonces uno tiende a
alejarse, a desinteresarse, o sea, a huir de aquello que le
desagrada, y uno de los mecanismos que existen para alejarse es,
precisamente, el sueño. Por lo tanto, en este caso, el sueño indica
simplemente que la persona siente un rechazo, una protesta interior
contra el ejercicio, aunque uno conscientemente lo desee, incluso
aunque lo desee mucho. Cuando uno se encuentra con este tipo de sueño
puede hacer dos cosas:
a) puede aprender a dialogar con su inconsciente para
ver hasta qué punto existe el disgusto, y razonar con él como se
razona con un niño pequeño que protesta y que no quiere ir a la
escuela; o bien
b) se puede adoptar una actitud de autoridad razonada, y
decir, por ejemplo: «tienes sueño, pero sé que este sueño es
puramente una protesta, por lo que a pesar del sueño haré la
práctica»; y entonces esforzarse en seguir haciendo el trabajo
aunque uno tenga que pasarse todo el tiempo batallando contra el
sueño. Esto funciona, y cuando se ha hecho algunas veces se descubre
el curioso fenómeno de que de repente el sueño se va y uno se queda
más despejado que nunca.
Otra situación en que aparece el
sueño se da en las personas que no están acostumbradas a estar con
los ojos cerrados
si no es durmiendo, y por lo tanto cuando cierran los
ojos para hacer
meditación, simplemente por el hecho de cerrar los ojos
eso les induce el
sueño. En este caso pueden hacerse también dos cosas:
a) aprender a meditar con los ojos un poco abiertos, o
abrirlos durante un rato mientras siguen con la práctica, pues al
enfocar la vista en el exterior eso despeja, aleja el sopor;
b) hacer unas respiraciones más altas y algo más
prolongadas, o sea que no sean sólo de la zona baja, abdominal, pues
la respiración abdominal tiene un efecto sedante y por lo tanto
ayuda a dormir; en cambio la respiración alta tiende a despejar,
tiende a dar más energía consciente, y si la persona se obliga a
hacer varias inspiraciones seguidas esto aumenta el caudal de oxígeno
y por lo tanto estimula toda la mente consciente.
Otra forma sería ducharse, pero esto ya no es necesario
explicarlo ya que todos conocemos esta experiencia.
Desgana
Ésta es otra dificultad importante;
hay días en que uno no tiene ganas de practicar. Cualquier cosa
aparece como buena antes de estarse media hora inmóvil; uno piensa
en que hay otras cosas que hacer. Contra la desgana yo creo que lo
mejor es obligarse a hacer la práctica, incluso aunque uno lo pase
mal, porque lo que debe verse claro es que se está adquiriendo un
nuevo hábito, que se está tratando de insertar un nuevo modo de
vivir en el ritmo habitual y que es natural que se manifieste una
protesta, un rechazo -procedente de los esquemas mentales, de los
hábitos, de la rutina-, antes de aceptar algo nuevo; por ello,
pasados los primeros días en que la práctica representa una
novedad, siempre se presenta un rechazo que se manifiesta muchas
veces como desgana, y esta desgana frecuentemente utiliza unos
razonamientos lógicos para justificarse. Uno debe ver esta trampa y
de qué manera está tratando el yo mecánico de mantener su ritmo
habitual y cómo se resiste a ser modificado.
Si uno quiere transformarse debe aprender a afrontar
esto con decisión. Afrontar significa seguir trabajando aunque uno
no tenga ganas, aunque le parezca que durante la sesión de trabajo
no aprovecha nada, que está perdiendo el tiempo; o sea, seguir
trabajando a pesar de todos los argumentos que aporta la desgana.
Ausencia de progreso
Ésta es otra de las dificultades importantes. Uno
practica, practica, y no experimenta nada en absoluto de lo que le
han dicho. Pero con frecuencia esta falta de progreso es sólo
aparente; en realidad, siempre que uno está tratando de trabajar,
progresa, es inevitable. Sólo el hecho de que yo me esfuerce en
hacer algo en contra de mis hábitos, en contra de mi rutina, eso
sólo, está desarrollando esta capacidad reactiva, esta reacción
contra lo que es automatismo está desarrollando en mí un nuevo
órgano, una nueva capacidad, aunque yo no vea ningún resultado
inmediato; pero sólo por el hecho de que yo esté practicando,
intentándolo una y otra vez, esto es lo que desarrolla. Casi
podríamos decir -sin que ello sea cierto siempre- que las sesiones
en las que uno no nota nada de particular pero en las que se está
esmerando en hacerlo lo mejor que puede y sabe, son las sesiones de
mayor progreso, de mayor eficacia, porque eso quiere decir que allí
se está edificando en profundidad, que se está haciendo un trabajo
profundo de re-educación. En cambio, otros días se pueden sentir
unas sensaciones o unos estados muy agradables, pero aquello no es
necesariamente una garantía de profundidad; puede ser, simplemente,
que se haya tocado una zona relativamente superficial de la
sensibilidad, por lo que uno se encuentra muy bien en estas
sensaciones, pero eso no es indicativo de una transformación; puede
ser excelente, aunque quizá se ha aprovechado más el tiempo otro
día en que no se ha sentido nada pero se ha estado creando algo
realmente nuevo dentro de sí.
Por lo tanto, no juzguemos nunca la eficacia de unas
prácticas por lo que sentimos mientras las hacemos. A la larga,
siempre notaremos resultados concretos durante la práctica y después
de ella, esto es algo inevitable. Y si no se notan resultados es que
el trabajo se realiza mal; ésta es otra posibilidad: el que no
exista progreso por algún enfoque erróneo de las prácticas. En
este caso es cuando se hace más evidente la necesidad de seguir una
dirección, de tener alguien que sea capaz de controlar el trabajo de
la persona y de aconsejarle de un modo preciso para ayudarle a salir
de los atascos interiores, a corregir actitudes deficientes, y
también para animarle en un momento determinado. Solamente puede
ejercer esta función alguien que tenga una experiencia real; no
busquemos nunca consejo ni siquiera la opinión de personas que han
leído mucho, que hablan mucho, pero que no han practicado, porque
será desacertada. Éstas son cosas que pueden ser conocidas por
teoría, pues existe mucha información, pero para poder orientar,
para poder dar la norma precisa en el momento preciso, sólo puede
hacerlo la persona que sepa detectar lo que ocurre, por qué ocurre y
lo que conviene hacer en una fase determinada, y esta dirección sólo
puede aportarla alguien que tenga una auténtica experiencia en estos
temas y que realmente viva el trabajo interior.
Trabajo interior y vida cotidiana
Otro aspecto del trabajo interior es la necesidad de que
se integre en lo que es nuestra vida diaria, porque si nosotros
hacemos un trabajo de descubrimiento interior y una vez terminada la
sesión entonces nos ponemos en nuestra actitud extravertida y de
crispación hacia el exterior y así permanecemos el resto del día,
lo que logramos con esto es simplemente hacer una escisión en
nuestro psiquismo, la que conducirá a que una parte de él mire
hacia dentro y otra parte mire hacia fuera, y se irán desarrollando
de esta manera, una mirando al lado interno y la otra hacia el lado
externo. Entonces estaremos creando una dualidad fundamental en
nuestro psiquismo, en nuestra mente, y esto no debe ser así, nunca
debería ser así, aunque por desgracia en muchos casos ocurre de
esta manera por falta de una visión integral, de una visión
suficientemente amplia y positiva de lo que ha de ser la vida
interior.
Veamos cómo se consigue esta integración. Cuando uno
se determina a trabajar, conviene que lo haga por las mañanas (si es
posible), durante veinte minutos o media hora en los inicios de la
práctica. Es preciso que este trabajo se haga regularmente todos los
días, se tengan ganas o no, aunque se tenga prisa u otras cosas por
hacer. Cuando uno se da cuenta de lo que significa el trabajo
interior, también se da cuenta de que no existe nada que sea más
importante que esto, porque esto se convierte en la razón de ser de
todo lo demás. Entonces, durante el día es necesario que uno se
obligue a hacer pequeños paréntesis de aislamiento en su actividad,
en su rutina diaria; y durante uno o dos minutos, aislarse del
exterior, respirar conscientemente, centrarse, y tratar de reproducir
lo que se ha experimentado por la mañana en el ejercicio, sea sentir
más optimismo, sea un estado de comprensión más grande, de calma,
de serenidad, etcétera. Esto es algo que nadie ha de notar pues
puede hacerse incluso en el trabajo, en un momento cualquiera; así
se renueva interiormente la experiencia que se ha vivido por la
mañana, aunque la experiencia haya sido leve o muy pequeña. Eso
debe repetirse tres o cuatro veces al día; por ejemplo, puede
hacerse un momento antes de comer, antes de ponerse a trabajar por la
tarde, otra vez a media tarde y de nuevo antes de cenar.
Será conveniente marcarse unas
horas, unos momentos determinados, regulares, no cuando uno se
acuerde sino ateniéndose a los momentos establecidos y acostumbrarse
a ellos. Luego, el estado interior de calma, de tranquilidad o
serenidad que uno ha conseguido, debe tratarse de mantenerlo, de
recordarlo, de sentirlo durante el resto del día, mientras uno
actúa, va por la calle, habla, etcétera. Naturalmente, este estado
no se mantendrá fácilmente, se irá; no importa, pues al cabo de
unos días uno se dará cuenta de que es capaz de alargarlo cada vez
más. Los pequeños paréntesis en la actividad del día en los que
uno recupera esa conexión de la mañana van prolongando el efecto
del trabajo, el cual se va manteniendo después a lo largo del día,
hasta que llega un momento en que es constante y es entonces cuando
el trabajo se hace cada vez más agradable, cada vez más positivo.
Esto conduce a la transformación de la propia vida, a tener de modo
constante una actitud diferente ante las situaciones, sin tener que
pensar ni esforzarse en ello, sino que se manifiesta así porque uno
está viviendo toda situación en un estado distinto. Así vamos
conectando nuestro estado interior con cada instante de nuestra vida
diaria, con nuestra actividad intelectual, con nuestra actividad
fisiológica, con nuestras manifestaciones festivas, y este estado
interior se va afianzando. Así no sólo se evita la dualidad en
nuestro interior -vida interna/vida externa-, sino que una vida ayuda
a la otra; la vida interior está fecundando la actividad externa, y
ésta proporciona a la vida interna unos mayores estímulos para
vivir y descubrir nuevos aspectos de la propia riqueza espiritual.
La ayuda de lo Superior en el trabajo interior
Éste es otro aspecto muy interesante
del trabajo. Cuando uno trabaja interiormente, porque verdaderamente
lo siente así, porque esta demanda le nace de dentro, ha de saber
que no es uno mismo quien en realidad inicia el trabajo sino que este
trabajo nace o se origina en lo Superior. Hay algo de arriba, hay
este nivel espiritual -que podemos llamar Dios, o que podemos llamar
el Yo superior, o simplemente nuestros niveles superiores (según el
escalón que miremos)-, que está empujando para expresarse de un
modo nuevo, de un modo más rico; y esta presión de arriba hacia
abajo es lo que en nuestra mente se manifiesta como necesidad de
trabajar, como necesidad de comprender algo nuevo o como necesidad de
vivir de otra manera. Con eso quiero significar que el impulso
inicial nos está viniendo desde arriba aunque nosotros creamos que
es nuestro, y eso ocurre así porque nosotros solamente percibimos
las cosas en sus efectos. Cuando yo noto que tengo ganas de algo,
creo que estas ganas son mías porque las siento yo, y es muy natural
que lo crea así; pero hemos de saber que todas las ganas que nos
vienen de crecer nos vienen de algo que
ya está crecido, nos
vienen de algo que ya es grande y que nos está atrayendo para que
nos abramos y podamos realizarnos en un sentido superior.
Esto es muy importante porque significa que la raíz de
nuestro trabajo no está en el yo sino que está en Dios, está en lo
superior, en lo trascendente. Significa que es Dios, que es esta
Realidad superior la que está impulsando el trabajo y por lo tanto
es de allí que estaremos recibiendo constantemente estímulos y
dirección, a condición de que nosotros por nuestra parte aprendamos
a estar en silencio, a escuchar interiormente, y también que cada
vez que percibamos una indicación interior colaboremos con esta
indicación. Y si yo colaboro, cumplo, obedezco la indicación,
entonces esta voz, esta capacidad de percepción intuitiva de lo que
conviene, de lo que es bueno, de lo que es adecuado para mí, va
creciendo.
Realmente, uno nunca está solo en el
trabajo interior. El verdadero gurú, el verdadero Maestro, nunca es
nadie en concreto. Sólo hay un Maestro, sólo hay un gurú, y éste
es Dios. Y todo lo demás son simplemente unas muletas transitorias
que, lógicamente, sirven y han de utilizarse hasta que uno llegue a
ser capaz de mantener el contacto directo, abierto, permanente y
claro con la propia fuente. Nunca el trabajo interior quedará
perturbado o retrasado por falta de ayuda exterior, por falta de
maestro o de consejo. Los consejos exteriores son necesarios en la
medida en que uno no está preparado o no está educado para escuchar
esa voz superior. Cuando todavía puede confundir la voz superior con
la voz de su subconsciente, con la voz de su imaginación, con la voz
de sus deseos o la de sus temores, mientras hay esta confusión, es
cuando el maestro externo es absolutamente necesario para ejercer una
labor de discriminación. Pero el trabajo interior irá educando
progresivamente para que uno vaya siendo capaz de emanciparse de las
dependencias externas. Pero debe quedar claro que uno no debe desear
la emancipación antes de hora por un deseo de independencia o de
orgullo, porque puede serle fatal, puede retrasarle el trabajo. La
persona nunca sufrirá retrasos en su trabajo si aprende a ser
sencillo, sincero; pero en cuanto exista una sobrevaloración o una
autosuficiencia irreal, entonces se corre el peligro de desviarse del
camino verdadero.
Por el hecho de que la llamada al trabajo deriva de esta
acción procedente de lo superior, por eso, tenemos ya asegurada para
siempre la asistencia, el estímulo, la dirección. En la evolución
no se retrocede, en la evolución siempre se adelanta, aunque a veces
un paso de adelanto puede representar un tiempo de acumulación de
tensión interior para decidirse a dar el nuevo paso. Por tanto,
existirán períodos en los que aparentemente no se adelanta, pero no
es que no se adelante sino que se trata de un período preparatorio
en el que se están acumulando interiormente experiencias o tensiones
que empujarán hacia el paso siguiente.
Lo único que impediría la evolución durante algún
tiempo sería el que uno se mantuviera completamente aislado y
encerrado en la idea de la propia suficiencia, desconectado de lo que
es la fuente de energía de la vida y del conocimiento. Cuando uno
quiere ser sólo él mismo, sin querer abrirse -de una manera simple,
con sencillez- a Dios (o a algo o alguien que sepa más que uno),
cuando uno adopta esta actitud totalmente egocentrada, entonces uno
mismo está cortándose las avenidas de suministro de energía y de
orientación. Esto puede representarle una detención -no un
retroceso pero sí una detención-)que luego se traducirá en un
movimiento brusco y quizá violento hacia adelante. Pero de momento
representa un parón que se traducirá en dolor, pues todo lo que es
negación del sentido evolutivo impide ver las cosas tal como son e
impide vivir la dinámica del crecimiento, la dinámica de la vida, y
eso se traduce siempre en dolor, en un grado u otro.
Los efectos del trabajo interior
No podemos dar aquí unas normas en detalle de cómo se
conoce cuándo uno realmente progresa porque depende mucho del tipo
de trabajo que uno haga para que se manifiesten unos síntomas u
otros. Pero podemos afirmar que el hecho de trabajar, por sí solo,
siempre produce un progreso, ya que nos está educando en alguna
dirección, y por esto existe un progreso aunque de momento no sea
visible. Pero cuando se presenta un «bache» muy prolongado entonces
es absolutamente necesario que alguien vea o analice lo que pasa (y
mejor que se vea antes de que el parón se prolongue demasiado
tiempo).
En el trabajo interior pueden producirse experiencias
muy variadas y muy diversas. Cuando la persona que empieza a
practicar tiene algunas experiencias (del tipo que sean), entonces lo
que no debe hacer es querer juzgar por sí misma si estas
experiencias representan un adelanto o no, porque uno mismo al
principio no está capacitado para valorar las cosas. Pero
precisamente porque existen las ganas de progresar, es natural que
cada vez que uno siente unas sensaciones, o que ve unos colores, o
que oye unos sonidos, etcétera, cada vez que tiene alguna percepción
por dentro o por fuera, le parezca que está progresando al galope, y
que adelantará a todos, y que si no lo paran aquello va a ser
extraordinario. Hay muchos desengaños en esto, muchos, pues hay todo
un mundo de percepciones que no indican necesariamente progreso.
Pueden indicar algún progreso, eso sí, pero en la medida en que uno
se detiene en ellas queda fijado en estas experiencias, en estas
percepciones, y eso se convierte en una detención, en una desviación
o en una fuente de tropiezos. Por esto es necesario que los fenómenos
que uno va experimentando se consulten, se comuniquen, y uno sea lo
suficientemente sencillo y sensato para aceptar el criterio de
alguien que tenga más experiencia. Uno no debe interpretar los
síntomas por sí mismo porque le falta criterio, le faltan puntos de
comparación.
Entonces ¿cómo puede uno saber que va bien? Solamente
existen unas señales inconfundibles, y éstas se refieren a que uno
va sintiéndose, en general, con una mayor serenidad interior, con
más seguridad, con más paz y con más energía; descubre que uno no
tiene tanta prisa para vivir, que se comprende más a las personas,
que se ve todo más natural, que no se reacciona con vehemencia ante
los acontecimientos porque se siente que las cosas, en el fondo, se
están desarrollando por sus mejores cauces, aunque no se sepa cómo
ni por qué. Son esa paz, esa tranquilidad, esa fuerza, esa
comprensión, esa apertura interior, los únicos síntomas que dan fe
de que el trabajo va adelante y de que existe un progreso interior
real. Todo lo demás puede ser (y suele ser) como un humo de pajas,
que parece mucho y no es nada.
2. PRÁCTICA
Esquema de trabajo
Expondremos ahora los aspectos prácticos del trabajo
para que no se presenten problemas en el momento de hacer las
prácticas. Se trata de ver cómo se desarrolla una sesión práctica
de unos treinta minutos, adecuada a la persona que se inicia en un
trabajo interior sistemático. La planificaremos en tres fases:
1) la preparación
previa a la
práctica;
2) el trabajo
propiamente dicho;
y
3) la salida
del trabajo, su
conclusión o final.
Primera fase: la preparación
En la preparación estudiaremos la
postura, la respiración, el centramiento y la tranquilización.
Éstas son cosas esenciales; son sencillas cuando se han aprendido
pero no hay que olvidarlas, porque si uno de estos pasos previos se
realiza de una manera deficiente es casi seguro que el resto del
ejercicio no se desarrollará correctamente. Por eso vale la pena
prestar atención a la preparación, pues aunque parezca que tratamos
de detalles sin importancia, hemos de entender que en nuestro trabajo
interno no hay nada que no tenga importancia. Nuestro trabajo se
produce a través del funcionamiento conjunto de varias piezas, y si
una de estas piezas está un poco desajustada, o está un poco fuera
de su sitio, esto es suficiente para desorganizarnos, para
producirnos un malestar que nos impedirá un trabajo interior
provechoso.
La postura
El requisito fundamental es que uno esté cómodo,
simplemente cómodo, pero no me refiero a una comodidad hedonista
sino a una comodidad básica, natural. ¿Por qué necesitamos estar
cómodos en el trabajo? Porque sólo cuando el cuerpo está cómodo
podemos olvidarlo; pues si hemos de estar pendientes de unas
molestias corporales, de una incomodidad, esto restará eficacia a
nuestro trabajo mental. Ahora bien, dentro de la comodidad de la
postura, es importante que el tronco y la cabeza estén en línea
recta y ésta debe ser preferentemente vertical, por lo que conviene
no estar inclinado hacia atrás excesivamente porque eso hace perder
la línea vertical, y tampoco estar mirando hacia arriba o hacia
abajo pues esto hace inclinar la cabeza.
El hecho de que la cabeza y el tronco estén en línea
recta tiene su razón de ser, y es que el trabajo interior (entre
otros aspectos) va dirigido a: 1) la libre circulación de las
energías, y 2) conseguir establecer la conexión de la mente
consciente con varios focos de conciencia que existen en nosotros. Y
esta movilización y circulación de energías se realiza mucho mejor
cuando estamos en posición vertical cuando la cabeza y el tronco
están en la misma línea, en el mismo eje.
Otra razón de la preferencia por la
postura vertical deriva de que uno de los efectos que se producen en
el trabajo es el de una afluencia de energía que es a la vez un gran
estímulo, que nos viene de lo que podemos llamar niveles superiores
o espirituales. Pero además existe un objetivo a lograr, manifestado
en una toma de conciencia localizada en una zona determinada donde
uno despierta un día u otro, y esta zona está situada precisamente
encima de la cabeza. Podemos decir que desde encima de la cabeza nos
viene la vivencia de un polo de acción, de un centro del cual surge
toda aspiración. De la misma manera que hay un polo que nos atrae
hacia abajo, al que llamamos fuerza
de gravedad, el
cual ejerce una atracción material, existe también un polo
espiritual de atracción al cual se ha llamado la
Gracia. Nosotros
vivimos entre esta contraposición o bipolaridad entre gravedad
y Gracia. La Gracia
es algo que nos viene de arriba para transformarnos y conducirnos
hacia arriba; es algo que nos «aspira» desde arriba y que es la
base de nuestra aspiración,
así como la
gravedad es la fuerza que nos viene de abajo, de lo que es la
materia, que nos recuerda que somos materia y que tiende a atraernos
hacia abajo tanto material como psicológicamente.
En cuanto a lo que explicamos de las energías
superiores, eso es algo que no debe aceptarse simplemente porque
alguien lo dice, sino que es algo que todos pueden descubrir en la
medida que se trabaje en la dirección correcta.
Hay que evitar todo tipo de
crispación, pues no por estar rectos hay que estar rígidos. Se
trata sencillamente de mantener la postura vertical, con los hombros
relajados, sin hacer fuerza ni con el cuello ni con la nuca, y
encontrarnos tranquilos, calmados, dentro de esta verticalidad.
Lo ideal sería quizá estar sentados en la postura
yóguica de Padmasana, que consiste en el intercruzamiento de
piernas, de manera que el pie derecho viene sobre el muslo izquierdo
junto a la ingle y el pie izquierdo sobre el derecho, también junto
a la ingle. Esta posición cierra las piernas, cierra un circuito de
energías y uno queda abierto solamente hacia arriba; por eso resulta
una postura excelente para meditar, porque de un modo natural
facilita la circulación ascensional de las energías. Pero esto no
se puede pedir (en general) a los occidentales que no hayan dedicado
un entrenamiento especial a las posturas yóguicas, pues más bien
conduce a un estado de incomodidad que impide la concentración.
Pero puede hacerse también sentado, «estilo sastre»
como se suele decir, o en Sukasana (como se conoce en la India), que
significa «postura fácil». Pero entonces es necesario sentarse
sobre unas almohadas para que uno quede algo elevado, pues si se está
con las piernas entrecruzadas y las rodillas quedan más altas que la
zona de los huesos ilíacos, entonces se dificulta la respiración
abdominal. Por lo tanto, hay que procurar que las rodillas queden más
bajas que la pelvis.
Todos éstos son detalles interesantes porque en la
práctica todo cuenta. Cuando por cualquier motivo no se puede estar
con las piernas cruzadas, entonces uno puede sentarse en un sillón o
silla de respaldo vertical, donde uno pueda sentirse realmente
derecho. Son muchos los que aconsejan sentarse en una silla sin
respaldo para que uno no quede adosado, para que la espalda quede
libre. A mi modo de ver éstos son detalles secundarios, lo
importante es que se esté cómodo y que se mantenga la posición
vertical sin rigidez.
Por último, también puede hacerse
el trabajo interior estirado en la cama. Esto tiene la ventaja de que
es muy cómodo; cuando se hace así hay que desechar la almohada para
que no se doble la cabeza hacia adelante. Pero esta posición tiene
el inconveniente de que en la cama estamos acostumbrados a dormir o a
divagar, y muchas personas, al tenderse en la cama, automáticamente
entran en un estado de divagación mental o, simplemente, se duermen;
y, naturalmente, así es muy difícil hacer un trabajo serio,
deliberado, con la actitud despierta requerida. Cuando nos disponemos
a hacer un trabajo interior lo que hemos de hacer no es dormir sino
realmente despertar,
despertarnos más.
Así, pues, para la persona que pueda hacerlo tendida en la cama sin
problemas no existe inconveniente en que lo haga así, pero eso será
la excepción; para la mayoría será mucho mejor practicarlo en
posición vertical.
La respiración
Inicialmente es necesario hacer tres
o cuatro respiraciones completas. Respiraciones que empezarán en el
abdomen siguiendo luego por la parte media del pecho y después por
la parte alta; esta inspiración completa luego se exhala con calma,
con lentitud, y a medida que se exhala, que se saca el aire, entonces
uno procura soltarse, tranquilizarse, relajarse en todos los
aspectos. Esas respiraciones deben adaptarse al número necesario y
deben ser hechas con más o menos intensidad, hasta que uno se sienta
entonado. La respiración se hace para que uno se sienta vivir
por encima de
cualquier estado previo, para que, si se estaba emocionando o se
estaba crispando, todo esto desaparezca y la persona vuelva a
sentirse otra vez ella misma y todas las funciones se regularicen, se
normalicen, y uno pueda situarse en un buen punto de partida. Por eso
las respiraciones conviene hacerlas, tres, cuatro, cinco veces, hasta
que la persona se sienta realmente bien presente, cómoda y
tranquila. Una vez conseguido este objetivo entonces la persona tiene
que despreocuparse de la respiración (a no ser que el ejercicio
previsto a continuación consista precisamente en una concentración
sobre la respiración); al despreocuparse de la respiración, el
mismo estado mental de calma le irá conduciendo a la respiración
necesaria, adecuada, mientras dure el ejercicio. Cada vez que note
que se crispa, que se tensa, que se preocupa, es necesario detenerse
interiormente y volver a hacer dos, tres o cuatro respiraciones muy
largas y completas y esto volverá a normalizar el estado interior. O
sea que la respiración completa es tanto un punto indispensable de
partida como un recurso al que hay que volver cada vez que uno está
tenso o que se encuentra mentalmente desviado o despistado respecto a
la práctica.
El centramiento y la tranquilización
Aprovechando la respiración hemos de
aprender a centrarnos. Centrarse significa tomar conciencia de sí
mismo, sentir que uno está aquí, completamente presente. Debo traer
la mente aquí, a mi estado y situación actual, pues soy yo el que
está ahora aquí. Debo sentirme físicamente sentado, sentirme
respirando, sentirme en esa conciencia física de mí mismo, todo yo,
de arriba abajo; y después de esto, de sentirme físicamente aquí,
entonces he de sentir que soy
yo que me siento ser yo, que
tengo el sentimiento de mí y que este sentimiento es tranquilo; y
después veo que soy
yo quien está
aquí, quien me doy cuenta de que mi mente está aquí pensando en
esto y que yo tranquilizo mi mente. O sea, las tres cosas: cuerpo,
sentimiento y mente. Yo
soy quien tomo
conciencia de mi cuerpo y lo tranquilizo; de mi sentimiento o estado
de ánimo (o estado emotivo) y lo tranquilizo; yo quien tomo
conciencia de mi mente y la tranquilizo. Yo,
que estoy aquí
respirando en un estado de tranquilidad, de bienestar, de paz, yo que
mentalmente estoy sereno y voy a hacer mi ejercicio.
Esto es lo que conviene hacer para empezar, y debe
hacerse durante dos o tres minutos. Al principio no hay inconveniente
en que se dedique a esto todo el tiempo que haga falta, cinco, seis o
siete minutos; lo importante es no pasar precipitadamente a lo
siguiente, sino que se aprenda a hacer bien cada paso y esto
redundará en el éxito del trabajo posterior. Cuidemos los detalles,
pues no hay detalles pequeños en el trabajo interior; cada uno por
sí mismo descubrirá que muchas veces el progreso depende de un
pequeñísimo detalle de atención, de crispación, de mirar a un
sitio o a otro, y que eso tan pequeño puede producir modificaciones
sustanciales en cuanto a los resultados.
Aprendamos, pues, a manejar estas herramientas de
trabajo que nos son propias: nuestra atención, nuestra respiración,
nuestro cuerpo, nuestra conciencia de los estados de ánimo. Todo
esto, por sí solo, ya representa todo un ejercicio de trabajo
interior.
Segunda fase: el trabajo
Ésta es la fase del trabajo
propiamente dicho. Yo propondría a las personas que no tienen una
experiencia prolongada y a las personas que aún no se han definido
-porque no lo ven claro o porque no han podido encontrar una
orientación suficientemente clara en este sentido- que hicieran un
trabajo en varias etapas, un trabajo, podríamos decir, mixto. Yo les
recomendaría hacer oración,
concentración, sugestión-visualización, y silencio, y con
esto repartiría todo el tiempo, dedicando un ratito para cada cosa;
así el trabajo no se haría tan monótono y se evitaría el problema
(que se presenta en los inicios) de que la mente empieza a divagar,
la mente se va por las suyas, y cuando uno se da cuenta ya lleva
mucho rato distraído. La idea del trabajo mixto se basa en que si
uno tiene una serie de pasos concretos que dar, esto le ayudará a
mantener una atención más fija, más controlada.
Empezaremos con la oración
que, como hemos
dicho, debe ser completamente libre, personal, espontánea, pues no
se trata de que demos una fórmula para que se repita, sino que cada
uno debe hacerla en la dirección de su propia aspiración, con una
actitud de completa sinceridad, dándose cuenta de qué es lo que uno
realmente desea, busca o quiere y expresar esto y pedir ayuda para
conseguirlo. Esta oración completamente espontánea, completamente
personal, puede durar unos cinco minutos aproximadamente.
Después puede pasarse a la fase
propiamente dicha de la concentración,
aprendiendo a
dirigir la atención sostenida sobre lo que uno haya elegido. Una
buena cosa puede ser centrarse en la cualidad que a uno le gustaría
llegar a tener del todo, y que uno considera más importante para sí
mismo en todo momento; no sólo a veces, sino que la considera
fundamental, básica. Esta cualidad, ya lo hemos dicho, se debe
elegir entre lo que son atributos esenciales de nuestro ser. Desde el
punto de vista de la energía
tenemos toda la
gama de fuerza, voluntad, decisión, perseverancia, seguridad,
aplomo, etcétera; en relación a la inteligencia,
tendremos las
cualidades de comprensión, claridad, lucidez, penetración,
profundidad, equilibrio; y desde el punto de vista del amor,
la gama de
cordialidad, alegría, afecto, amistad, sinceridad, etcétera. Debe
elegirse una cualidad y trabajar sólo ésta.
Hay que aprender a mirar esta
cualidad, a sentirla y comprenderla, no razonándola sino
contemplándola, saboreándola. He de tratar de ver esta cualidad y
lo que se siente cuando se tiene o se vive esa cualidad desde dentro.
Mediante esta práctica de mirar y contemplar la cualidad -la
atención
contemplativa-, se
llega a incorporarla en uno mismo. Esta fase del trabajo debe durar
de ocho a diez minutos. Después se pasará a la fase de
autosugestión.
Debemos aprender a
condicionarnos, a utilizar las grandes posibilidades que ofrece el
autocondicionamiento como ayuda en el trabajo de transformación para
que nuestro inconsciente trabaje en la misma dirección, a favor de
nuestro propósito. Si se trabaja, por ejemplo, el aspecto alegría,
entonces puede utilizarse la fórmula «ser alegre», o «ser más
alegre», o «ser cordialmente alegre», etcétera. Cada uno debe
buscar la frase que le resulte más clara, más representativa, más
expresiva, la que tenga más sentido para él. La frase debe ser
positiva, afirmativa, concisa, y que no presente ninguna
contraindicación racional. Hemos de entender que se trata de un
mensaje dirigido a nuestro inconsciente, y debe ser simple, directo.
Junto con esto, la visualización.
Al cabo de un rato
de repetir la frase, se ha de utilizar esta misma cualidad pero ahora
mirándose a sí mismo, visualizándose a sí mismo, viendo y
sintiendo de qué modo, de qué manera se manifestará uno cuando
esté viviendo totalmente esta cualidad; ha de tratar de ver cómo se
sentirá y cómo se expresará. Por lo tanto, se trata de evocar el
sentimiento y la imagen de sí mismo actuando desde este estado
interior. Esta fase de autosugestión/visualización puede
practicarse durante cinco o siete minutos.
Después de esto, el silencio.
Manteniéndose
centrado, apoyado en la respiración, permanecer en silencio;
silencio interior, silencio tranquilo, de bienestar, con mucha
serenidad, con mucha calma. Esta última fase puede durar cinco
minutos.
Este silencio conviene aprovecharlo, pues no se trata de
acabar del modo que sea, sino que se trata de una fase
importantísima, podríamos decir que es la fase de recogida de la
cosecha. Mientras las fases anteriores constituyen la labor de
siembra -en forma de trabajo activo-, en el silencio estamos en la
fase de recolección. Esto es así aunque al principio no notemos
nada espectacular; con la práctica ya aparecerán los resultados.
Haciendo un repaso de los minutos dedicados para cada
ejercicio, vemos que hemos indicado cinco minutos para la
preparación, la cual más adelante podrá hacerse de forma algo más
rápida. En cuanto al trabajo propiamente dicho, hemos sugerido estos
tiempos:
oración: 5
minutos
concentración: 8-10
minutos
sugestión-visualización: 5-7
minutos
silencio: 5 minutos
El final
Después del silencio debemos hacernos la idea clara de
que vamos a terminar. Nunca se debe pasar de una manera abrupta de un
estado de meditación o silencio a otro de movimiento, pues esto
representaría un cambio demasiado brusco para nuestro sistema
nervioso, para nuestros sentidos, y resultaría perjudicial.
Procederemos, pues, así: todavía estando en silencio debemos
hacernos primero la idea, «ya es suficiente; ahora voy a pasar a mi
actividad externa». Entonces, una vez hecha claramente esta idea,
deliberadamente, empezaremos a hacer unas respiraciones completas y
profundas -también tres, cuatro o cinco-; con esto procuramos
activar la circulación de la sangre. Después de estas
respiraciones, moveremos las manos y los brazos y luego los pies y
las piernas para activar la circulación en los miembros; también,
si se sienten las ganas, puede uno desperezarse.
Cuando el trabajo se hace
correctamente, se produce una disminución de lo que son actividades
periféricas, orgánicas, como si se estuviera en un sueño en el que
la actividad nerviosa, muscular, circulatoria, disminuye. Así, no
podemos pedirle al cuerpo que inmediatamente se ponga en acción
porque esto sería violentarlo; hay que ir recuperando su
funcionalismo progresivamente, y esto se logra de un modo correcto
mediante este proceso de la idea
clara de terminar
la práctica, las respiraciones
y el movimiento
de los miembros.
Luego se abrirán los
ojos; pero sólo
nos levantaremos después de estar un ratito con los ojos
abiertos. No hay
que levantarse enseguida, no hay que hacer las cosas con
precipitación, pues se podrían sentir mareos o dolor de cabeza; es
lo mismo que ocurre cuando uno está durmiendo y de pronto se levanta
bruscamente, entonces uno anda como medio borracho porque su
organismo no está totalmente despierto, aun suponiendo que lo esté
su mente. Pero aunque esté despierto mentalmente, su organismo no lo
está, pues éste necesita unas condiciones progresivas para irse
despertando.
Mantener el estado interior
En este momento ya se habrá
realizado la secuencia completa del trabajo interior, la cual habrá
durado en total unos treinta minutos o poco más. Entonces empieza el
trabajo de mantener esto durante todo el día; o sea, que se trata de
alargar este estado de calma que uno ha obtenido, de tranquilidad, de
serenidad, de conciencia de sí mismos, y de aprender a mantenerlo
mientras uno se mueve, mientras come, mientras trabaja. Esto luego se
pierde, pero durante el día se han de buscar unos instantes, tres o
cuatro veces al día (a horas fijas si es posible) y aislarse durante
unos momentos; y entonces realizar las fases de respiración, de
silencio, de evocación de la cualidad positiva y de silencio. Cuando
la práctica de la mañana se hace de un modo regular, esto se puede
realizar en muy poco tiempo.
Cuando hagamos estos paréntesis de
trabajo interior procuremos que aunque sean cortos sean totales,
no los hagamos a
medias. Si es un minuto, bien, pero que esté
todo uno dentro de
este minuto, que se haga con toda
la presencia de sí mismo; no
debe hacerse pensando en otra cosa porque sólo se trata de un
momento. Así será un minuto real,
un minuto macizo,
lleno, completo; durante este minuto no debe existir nada más que
aquello que se está haciendo. Luego, pasado este paréntesis,
mantendremos el estado en lo posible mientras atendemos a nuestras
obligaciones.
Debemos acostumbrarnos a mantener
este estado interior mientras se están haciendo las cosas
cotidianas; aunque se borre, ya se volverá a recuperar cuando llegue
la hora del nuevo aislamiento, o a la mañana siguiente cuando
hagamos la media hora de práctica. Al cabo de unos días de hacer
esto, no muchos, se notará que los efectos de este trabajo se
alargan durante todo el día y que ya en ningún momento se actúa o
reacciona como antes. Se comprobará que uno está distraído, pero
de repente aparece el recuerdo del estado interior y,
automáticamente, se produce el gesto de situarse en él. Se verá
que ante situaciones nuevas se reacciona con una mayor entereza, con
una mayor fuerza que antes. En definitiva, e independientemente de
que se consigan o no unos efectos concretos en el momento de hacer el
trabajo, se irán manifestando unos resultados sorprendentes en
relación a nuestra personalidad y a la vivencia y expresión de
nuestro ser profundo, los cuales significarán un estímulo creciente
en el camino del trabajo interior.
OBRAS DE ANTONIO BLAY
La personalidad creadora,
Ediciones Indigo.
Energía personal, Ediciones
Indigo.
Relajación y energía, Ediciones
Indigo.
Personalidad y niveles superiores
de conciencia, Ediciones
Indigo.
Palabras de un maestro
(Recopilación de
frases a cargo de Miquel Martí), Ediciones Indigo.
Ser. Curso de psicología de la
autorrealización, Ediciones
Indigo.
Trabajo interior. Técnicas de
psicología trascendente, Ediciones
Indigo.
Lectura rápida, Iberia.
Hatha yoga. Su técnica y
funcionamiento, Iberia.
- Tantra yoga,
Iberia.
Creatividad y plenitud de vida,
Iberia.
Caminos de autorrealización (Yoga
superior), 3 tomos,
Cedel.
T. 1, La realización del Yo
central.
T. II, La integración vertical
o realización trascendente.
T. III, Integración con la
realidad exterior.
Plenitud en la vida cotidiana,
Cedel.
Raja yoga (Control mental,
realidad espiritual), Cedel.
Maha yoga (Investigación mediante
la meditación), Cedel.
Dyana yoga (Transformación
mediante la meditación), Cedel.
Hatha yoga (Técnica y
aplicaciones a la vida práctica), Cedel.
Yoga integral, Cedel.
¿Qué es el yoga?, Cedel.
Karma yoga (Realización
espiritual activa), Cedel.
Bhakti yoga (Desarrollo superior
de la afectividad), Cedel.
La relación humana medio de
desarrollo de la personalidad, Cedel.
Zen. El camino abrupto, Cedel.
La tensión nerviosa y mental,
Cedel.
Desarrollo de la voluntad y la
perseverancia, Cedel.
- Tensión, miedo y
liberación interior, Cymys.
Curs de psicología de
l'autorrealització (en
catalán), Llar del llibre.
FIN